Palabra que da luz a mi historia
Dice el profeta Isaías (9, 1ss) que el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; que habitaban en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló. Y, dice también, que Dios acreció su alegría y aumentó su gozo… porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado.
Esta es la noche –hoy es el día– de nuestra alegría colmada, de nuestra esperanza cumplida, porque en medio de las sombras de nuestra existencia, en medio de tantos lugares de muerte, Dios mismo ha venido a nacer, a habitarlos, iluminando nuestra existencia con la luz de su amor, y abriendo el horizonte de la historia a la gran Esperanza.
Hoy podemos llorar, de alegría crecida y gozo aumentado, porque Dios no nos deja solos, habita y camina con nosotros. Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Eso cantaremos. Eso experimentamos.
El nacimiento de Jesús en esta narración de Lucas es algo irrelevante: una pareja pobre que tiene que viajar para empadronarse, que no encuentra sitio en la posada, y tiene que refugiarse a las afueras de la ciudad en un establo donde dan a luz a su hijo. Jesús nació de María en el seno de un pueblo dominado por el mayor imperio de la época.
Si olvidamos esto convertimos el nacimiento de Jesús en una abstracción, porque es algo que sigue sucediendo con la misma irrelevancia cada día; de noche también. Pero en la aparente irrelevancia de los acontecimientos humanos hay un trasfondo en que predominan la luz y el gozo. La gloria del Señor lo envuelve todo.
La señal de esa gloria es también irrelevante: un niño, recién nacido, envuelto en pañales, acostado en un pesebre, algo tan desapercibido para quienes buscan lo extraordinario que solo pueden apreciar y valorar quienes saben mirar y contemplar más allá de lo que ocurre en esos hechos, a quienes son capaces de asombrarse y acoger la Buena Noticia de la encarnación de Dios en nuestra historia.
A mirar y comprender así no aprendemos por nuestra cuenta. Para eso tenemos que acercarnos a Belén y vivir la navidad con María, y hacerlo en comunidad. Lo difícil no será llegar hasta el niño, sino dejar que se haga carne en nuestra vida, que acampe en los recovecos de nuestra existencia para continuar ese encuentro gratuito de amor a lo largo de toda nuestra vida.
Tendremos que seguir buscándolo en la cotidianeidad de la vida, en tierras de sombra y muerte por donde camina nuestro pueblo, para ser capaces de percibir la luz que brilla en medio de las sombras. Tendremos que acompañar la vida de las personas.
La Navidad, para los cristianos, es una fiesta de alegría y esperanza; es siempre noticia gozosa y, a la vez, encrucijada de vida. Necesitamos seguir habitando los lugares donde Dios se sigue encarnando, donde sigue naciendo hoy. Necesitamos ser capaces de habitar –muchas veces– a la intemperie, sin aferrarnos a otras seguridades. Necesitamos acampar donde la Palabra hecha carne acampa.
Hoy nos acercamos a Belén, a escuchar esta Buena Noticia, a dejarnos contemplar por la mirada tierna de Dios, a recibir la alegría, a mirar y ser capaces de asombrarnos y abrirnos al Misterio, a tocar la debilidad de Dios y a experimentar su ternura que nos envuelve. Tocando la debilidad de Dios aprendemos a tocar la carne sufriente de nuestros hermanos.