El futuro, además de constituir el contenido luminoso de las ilusiones y de las esperanzas, origina la mayor parte de nuestros oscuros temores y de nuestras inquietantes preocupaciones: el miedo, ese veneno que nos paraliza, siempre se refiere al futuro. Los seres humanos, además de arrastrar el peso del pasado, construimos el presente con elementos del futuro que, por mucho que tratemos de asegurarlo, siempre es incierto debido a las amenazas de nuestra propia inestabilidad, a los ataques de algunos conciudadanos y a los peligros de la naturaleza. Vivir el presente, por lo tanto, es arrancar el absolutismo del aquí y del ahora mediante la conciencia del discurrir permanente del tiempo que siempre es efímero.
Esa tendencia a la propia conservación a través del tiempo, golpeada por la conciencia de un horizonte amenazador del tiempo futuro nos impulsa a que nos rodeemos de medios poderosos que, real o imaginariamente, aseguren el bienestar futuro. Pero para evitar que ese afán por salvarnos cada uno por nuestra propia cuenta nos lleve a una encarnizada lucha de todos contra todos, hemos de convertir el poder individual de la autoafirmación en una lucha colectiva que nos haga iguales y solidarios, aunque perdamos algo de soberanía individual.
Esta es, a mi juicio, una de las “misiones” de los intelectuales: crear expectativas colectivas de futuro y llenar de contenidos no sólo la esperanza sino también la espera de lo por venir, ayudando a salir del instante y del instinto.
Esa tendencia a la propia conservación a través del tiempo, golpeada por la conciencia de un horizonte amenazador del tiempo futuro nos impulsa a que nos rodeemos de medios poderosos que, real o imaginariamente, aseguren el bienestar futuro. Pero para evitar que ese afán por salvarnos cada uno por nuestra propia cuenta nos lleve a una encarnizada lucha de todos contra todos, hemos de convertir el poder individual de la autoafirmación en una lucha colectiva que nos haga iguales y solidarios, aunque perdamos algo de soberanía individual.
Esta es, a mi juicio, una de las “misiones” de los intelectuales: crear expectativas colectivas de futuro y llenar de contenidos no sólo la esperanza sino también la espera de lo por venir, ayudando a salir del instante y del instinto.
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo.
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