Historia de nuestras rutinas diarias.
Tradicionalmente, en los diferentes niveles de la enseñanza se ha concebido y explicado la historia como la ciencia que trata de los acontecimientos importantes de la humanidad. En la práctica sus objetos han sido los comportamientos de los personajes políticos, militares, sociales, religiosos y culturales que han determinado el curso de la vida en nuestro mundo. Una de las consecuencias de esta concepción y de esta práctica ha sido la generalizada convicción de que muchos de nuestros hábitos de conducta cotidiana son “naturales” o, en otras palabras, que nacen y se desarrollan como las verduras y las frutas, o como las cabras, los gorriones o los salmones.
Miguel A. Delgado, en un alarde de destrezas pedagógicas y comunicativas, identifica sus orígenes y nos explica esa sucesión de comportamientos humanos cotidianos que cualquiera de nosotros realizamos de manera casi automatizada, y nos descubre el origen y la evolución permanente de una manera tan clara, amena e interesante que, a veces, nos da la ingenua impresión de que, más que un ensayo, estamos leyendo una creación literaria.
Sus preguntas iniciales sobre los cambios de algunos comportamientos cotidianos como, por ejemplo, por qué comemos lo que comemos y por qué lo comemos como lo comemos, por qué nuestras casas y nuestras ciudades son como son y no de otras maneras nos proporcionan la oportunidad conocer muchas de nuestras convenciones y convicciones sobre nuestras diferentes y habituales maneras de medir los tiempos, las estaciones, las pisadas y hasta las respiraciones.
Nos explica cómo las carreras, que inicialmente servían para reducir los tiempos y acortar las distancias, después fueron ejercicios deportivos, más tarde, competiciones y, en la actualidad hasta los médicos afirman que los ejercicios corporales son buenos para combatir el paso del tiempo. Incluso en los tiempos, en los que nuestra existencia era mucho más azarosa que ahora, había otra razón aparentemente sin beneficio alguno para correr y, por tanto, ajena a cualquier lógica como el juego.
Nos sorprenden aún más esos cambios que experimentamos de manera permanente en nuestras rutinas cotidianas como, por ejemplo, lavarnos las manos, desayunar, llevar y recoger a los niños del colegio, llegar a la oficina, sufrir accidentes, almorzar, celebrar reuniones, divertirnos, regresar a casa, cenar y volver a dormir. Su estimulante conclusión es que esos hábitos, costumbres y rutinas son ritos en los que se han cristalizado muchos cambios e innovaciones que ponen de manifiesto nuestra capacidad humana de imaginación y de creación. Y es que -afirma categóricamente- somos nosotros quienes hemos configurado ese mundo cuyos hábitos hoy nos sirven para facilitar nuestras vidas: “para enfrentarnos a los retos de un futuro que parece precipitarse hacia un cambio desbocado solo porque nos falta perspectiva para ver que nunca ha dejado de cambiar, ni nosotros con él”.
Miguel A. Delgado, en un alarde de destrezas pedagógicas y comunicativas, identifica sus orígenes y nos explica esa sucesión de comportamientos humanos cotidianos que cualquiera de nosotros realizamos de manera casi automatizada, y nos descubre el origen y la evolución permanente de una manera tan clara, amena e interesante que, a veces, nos da la ingenua impresión de que, más que un ensayo, estamos leyendo una creación literaria.
Sus preguntas iniciales sobre los cambios de algunos comportamientos cotidianos como, por ejemplo, por qué comemos lo que comemos y por qué lo comemos como lo comemos, por qué nuestras casas y nuestras ciudades son como son y no de otras maneras nos proporcionan la oportunidad conocer muchas de nuestras convenciones y convicciones sobre nuestras diferentes y habituales maneras de medir los tiempos, las estaciones, las pisadas y hasta las respiraciones.
Nos explica cómo las carreras, que inicialmente servían para reducir los tiempos y acortar las distancias, después fueron ejercicios deportivos, más tarde, competiciones y, en la actualidad hasta los médicos afirman que los ejercicios corporales son buenos para combatir el paso del tiempo. Incluso en los tiempos, en los que nuestra existencia era mucho más azarosa que ahora, había otra razón aparentemente sin beneficio alguno para correr y, por tanto, ajena a cualquier lógica como el juego.
Nos sorprenden aún más esos cambios que experimentamos de manera permanente en nuestras rutinas cotidianas como, por ejemplo, lavarnos las manos, desayunar, llevar y recoger a los niños del colegio, llegar a la oficina, sufrir accidentes, almorzar, celebrar reuniones, divertirnos, regresar a casa, cenar y volver a dormir. Su estimulante conclusión es que esos hábitos, costumbres y rutinas son ritos en los que se han cristalizado muchos cambios e innovaciones que ponen de manifiesto nuestra capacidad humana de imaginación y de creación. Y es que -afirma categóricamente- somos nosotros quienes hemos configurado ese mundo cuyos hábitos hoy nos sirven para facilitar nuestras vidas: “para enfrentarnos a los retos de un futuro que parece precipitarse hacia un cambio desbocado solo porque nos falta perspectiva para ver que nunca ha dejado de cambiar, ni nosotros con él”.
[Miguel A. Delgado
La costumbre ensordece
Barcelona, Ariel, 2023].
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo. Actualmente, nos envía también una reseña semanal sobre libros de pensamiento cristiano, evangelización, catequesis y teología. Con la intención, de informar, de manera clara y sencilla, de temas y de pensamientos actuales, que gustosamente publicamos en nuestro “blog”.
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