¿QUÉ FUTURO POLÍTICO PODEMOS CONSTRUIR?
Por Rafael Díaz Salazar
Profesor de Sociología en la Universidad Complutense y
autor de "Desigualdades internacionales,
¡justicia ya!" (Icaria).
http://www.hoac.com.es/?p=3892
http://issuu.com/hoac/docs/15-mdiazsalazar
Con el título “15-M
y 22-M: ¿Qué futuro político podemos construir?” de Rafael Díaz
Salazar, los internautas tienen disponible un extenso artículo del
profesor y autor de “Desigualdad Internacional, ¡justicia ya!” que podrán leer en
pantalla directamente y en el caso de que quieran imprimir o enviar a sus
contactos deberán darse de alta en el servicio gratuito que presta “issu.com”.
«Dos grandes explosiones políticas han tenido lugar
en nuestro país entre el 15 M y el 22 M.
en nuestro país entre el 15 M y el 22 M.
¿Estamos esquizofrénicos los españoles?
Es hora de dar respuesta a esta pregunta y de reflexionar sobre los antagonismos
existentes entre ciudadanos que han tenido comportamientos bien diferentes.
Es hora de dar respuesta a esta pregunta y de reflexionar sobre los antagonismos
existentes entre ciudadanos que han tenido comportamientos bien diferentes.
Hemos de preguntarnos qué manifiestan el 15-M y el
22-M.»
● De individuos siervos a ciudadanos precarios en lucha
En el primero de los casos, estamos ante la insurrección del «precariado».
Utilizo este término acuñado por Robert Castel para referirse al trabajador precario, al ciudadano que experimenta condiciones de vida cada vez más deterioradas.
El proletariado de siglos pasados se reencarna de alguna forma en el precariado del siglo XXI.
Está formado por parados, trabajadores con bajos salarios, jóvenes sin acceso a la vivienda, jubilados con bajas pensiones, inmigrantes explotados, graduados universitarios sin empleo o con trabajos mal pagados, parejas sin perspectiva de formar una familia, prejubilados, habitantes de barrios obreros desestructurados y de comarcas rurales deprimidas.
Hasta ahora estos ciudadanos explotaban hacia dentro de sí, asumían su infortunio con rabia contenida o con la desesperación de la impotencia, aguantaban la situación con ayuda familiar dispuestos a sobrevivir en la selva del «sálvese quien pueda».
Este precariado se ha ido extendiendo en diversas clases sociales, llegando a afectar incluso a familias burguesas.
Padres de clase media ven que a sus hijos, que han recibido mejor formación que ellos, les aguarda un futuro peor.
La sociedad se ha ido dividiendo en dos grandes bloques: los satisfechos e integrados, a quienes la crisis lo único que les ha provocado ha sido una disminución de su consumo, y los precarizados y expulsados de la sociedad del bienestar y de los trabajos dignos.
El 15 M ha significado la explosión hacia fuera de los humillados y ofendidos por la nueva exclusión social.
Se han dado cuenta que los partidos y los sindicatos representan ante todo a los ciudadanos satisfechos e integrados y a ellos sólo les aguarda la abstención, el voto nulo de la rabia o el voto desencantado cada vez más sin sentido.
Ante el aburguesamiento general de los que tienen voz y poder (políticos, sindicalistas, periodistas, profesores), han decidido ser portavoces de su situación y de sus demandas.
Y han atacado al centro de nuestro sistema: el poder político y el poder económico.
Y demandan más democracia, más soberanía popular, más poder ciudadano.
Déficit de democracia, obsolescencia de las organizaciones políticas y sindicales, repolitización y lucha de los ciudadanos que viven la precariedad: esto es lo que manifiesta el 15 M.
Su radicalismo no nace de ideologías izquierdistas, sino, por afirmarlo con palabras de Mounier, del «realismo como extremismo».
La tibieza de las políticas sociales, económicas y sindicales de estos años se debe a que han estado realizadas por los representantes de los satisfechos de la izquierda y la derecha que estaban sordos y ciegos ante las condiciones de vida del precariado o, al menos, no se sentían presionados por él.
Al contrario, han creído que favoreciendo la acumulación de plusvalía de los poderosos y desregulando cada vez más las condiciones de trabajo, a todos nos iría mejor, aumentaría el PIB y se crearía más empleo.
No importaba demasiado si éste era indecente o decente, según la distinción establecida por la OIT.
En el primero de los casos, estamos ante la insurrección del «precariado».
Utilizo este término acuñado por Robert Castel para referirse al trabajador precario, al ciudadano que experimenta condiciones de vida cada vez más deterioradas.
El proletariado de siglos pasados se reencarna de alguna forma en el precariado del siglo XXI.
Está formado por parados, trabajadores con bajos salarios, jóvenes sin acceso a la vivienda, jubilados con bajas pensiones, inmigrantes explotados, graduados universitarios sin empleo o con trabajos mal pagados, parejas sin perspectiva de formar una familia, prejubilados, habitantes de barrios obreros desestructurados y de comarcas rurales deprimidas.
Hasta ahora estos ciudadanos explotaban hacia dentro de sí, asumían su infortunio con rabia contenida o con la desesperación de la impotencia, aguantaban la situación con ayuda familiar dispuestos a sobrevivir en la selva del «sálvese quien pueda».
Este precariado se ha ido extendiendo en diversas clases sociales, llegando a afectar incluso a familias burguesas.
Padres de clase media ven que a sus hijos, que han recibido mejor formación que ellos, les aguarda un futuro peor.
La sociedad se ha ido dividiendo en dos grandes bloques: los satisfechos e integrados, a quienes la crisis lo único que les ha provocado ha sido una disminución de su consumo, y los precarizados y expulsados de la sociedad del bienestar y de los trabajos dignos.
El 15 M ha significado la explosión hacia fuera de los humillados y ofendidos por la nueva exclusión social.
Se han dado cuenta que los partidos y los sindicatos representan ante todo a los ciudadanos satisfechos e integrados y a ellos sólo les aguarda la abstención, el voto nulo de la rabia o el voto desencantado cada vez más sin sentido.
Ante el aburguesamiento general de los que tienen voz y poder (políticos, sindicalistas, periodistas, profesores), han decidido ser portavoces de su situación y de sus demandas.
Y han atacado al centro de nuestro sistema: el poder político y el poder económico.
Y demandan más democracia, más soberanía popular, más poder ciudadano.
Déficit de democracia, obsolescencia de las organizaciones políticas y sindicales, repolitización y lucha de los ciudadanos que viven la precariedad: esto es lo que manifiesta el 15 M.
Su radicalismo no nace de ideologías izquierdistas, sino, por afirmarlo con palabras de Mounier, del «realismo como extremismo».
La tibieza de las políticas sociales, económicas y sindicales de estos años se debe a que han estado realizadas por los representantes de los satisfechos de la izquierda y la derecha que estaban sordos y ciegos ante las condiciones de vida del precariado o, al menos, no se sentían presionados por él.
Al contrario, han creído que favoreciendo la acumulación de plusvalía de los poderosos y desregulando cada vez más las condiciones de trabajo, a todos nos iría mejor, aumentaría el PIB y se crearía más empleo.
No importaba demasiado si éste era indecente o decente, según la distinción establecida por la OIT.
● Crítica a la democracia realmente existente
Nuestra democracia sufre un déficit de republicanismo, entendido éste como un sistema de «no dominación».
El sufragio universal no conlleva por sí solo la soberanía popular en ámbitos económicos, sociales y culturales.
Tenemos una democracia unilateralmente identificada con el parlamentarismo, incapaz de expandirse y convertirse en democracia económica y democracia cultural.
Los partidos y sindicatos tienen una grave responsabilidad en esta reducción de la democracia.
La crítica explícita e implícita a partidos y sindicatos expresada por el movimiento del 15 M manifiesta con gran riqueza de lenguaje y de símbolos la baja confianza institucional en éstos expresada por la mayoría de los españoles, según puede verse en el estudio de Metroscopia, Pulso de España 2010.
En este estudio se pregunta por el nivel de confianza en 28 instituciones y grupos sociales.
Los sindicatos se sitúan en el puesto 26 y los partidos en el puesto 27; sólo las multinacionales (puesto 28) generan mayor desconfianza.
Partidos y sindicatos sufren una grave arterioesclerosis y son incapaces de innovar la acción política y sindical.
Los poderes económicos y financieros han sido desnudados por esta movilización ciudadana.
Uno de las mayores paradojas políticas de la democracia desde sus inicios es el mantenimiento de la fuerza dominadora de estos poderes.
A ellos no les afecta ni los cambios de gobiernos, ni las movilizaciones sindicales.
Han sido capaces de crear alianzas con los poderes políticos y mediáticos, enmascararse con sus obras sociales y sus patrocinios culturales para ocultar su sistema de explotación, mantener bien atados a los partidos por sus deudas con los bancos, ganar a los sindicatos en su capacidad de presión sobre los gobiernos, utilizar mecanismos financieros para reducir sus contribuciones a Hacienda y operar en paraísos fiscales, lograr que las Universidades investiguen sobre la situación de los pobres, pero no sobre el poder de los ricos.
El movimiento del 15 M ha puesto por fin el foco sobre ellos, ha exigido conocer su acumulación de riqueza y ha demandado que ésta se redistribuya justamente.
Nuestra democracia sufre un déficit de republicanismo, entendido éste como un sistema de «no dominación».
El sufragio universal no conlleva por sí solo la soberanía popular en ámbitos económicos, sociales y culturales.
Tenemos una democracia unilateralmente identificada con el parlamentarismo, incapaz de expandirse y convertirse en democracia económica y democracia cultural.
Los partidos y sindicatos tienen una grave responsabilidad en esta reducción de la democracia.
La crítica explícita e implícita a partidos y sindicatos expresada por el movimiento del 15 M manifiesta con gran riqueza de lenguaje y de símbolos la baja confianza institucional en éstos expresada por la mayoría de los españoles, según puede verse en el estudio de Metroscopia, Pulso de España 2010.
En este estudio se pregunta por el nivel de confianza en 28 instituciones y grupos sociales.
Los sindicatos se sitúan en el puesto 26 y los partidos en el puesto 27; sólo las multinacionales (puesto 28) generan mayor desconfianza.
Partidos y sindicatos sufren una grave arterioesclerosis y son incapaces de innovar la acción política y sindical.
Los poderes económicos y financieros han sido desnudados por esta movilización ciudadana.
Uno de las mayores paradojas políticas de la democracia desde sus inicios es el mantenimiento de la fuerza dominadora de estos poderes.
A ellos no les afecta ni los cambios de gobiernos, ni las movilizaciones sindicales.
Han sido capaces de crear alianzas con los poderes políticos y mediáticos, enmascararse con sus obras sociales y sus patrocinios culturales para ocultar su sistema de explotación, mantener bien atados a los partidos por sus deudas con los bancos, ganar a los sindicatos en su capacidad de presión sobre los gobiernos, utilizar mecanismos financieros para reducir sus contribuciones a Hacienda y operar en paraísos fiscales, lograr que las Universidades investiguen sobre la situación de los pobres, pero no sobre el poder de los ricos.
El movimiento del 15 M ha puesto por fin el foco sobre ellos, ha exigido conocer su acumulación de riqueza y ha demandado que ésta se redistribuya justamente.
● Cuando los trabajadores votan a la derecha
Las tesis que vengo sosteniendo en este texto pueden ser útiles para comprender lo sucedido en las elecciones del 22 M.
Sin duda alguna, ha habido un voto de castigo al gobierno y, especialmente, a su presidente.
Estos males tiene la política adoptada de identificar a un partido con su secretario general y presidente de gobierno.
Sin embargo, el voto masivo al PP tiene también que ver con la asunción por un sector importante de la ciudadanía de que vale más el original que una mala copia si de lo que se trata es de crear empleo a cualquier precio.
Si no hay más salida que hacer política objetivamente de derecha, pues que la haga ella, que lo hará mejor.
El PSOE, desde 1982, no sólo se ha derechizado él mismo, sino que ha derechizado a la sociedad.
Especialmente en los últimos ocho años ha confundido totalmente su papel y ha creído que progresismo es igual a socialismo.
Con ello habrá podido contentar a la burguesía progresista, pero el precariado esperaba otra cosa.
Un partido socialista no es lo mismo que una mezcla de partido radical italiano «pasado por agua» y el ala de izquierda del partido demócrata de Estados Unidos.
Es verdad que han pagado justos por pecadores, pero también los primeros han sido consentidores de la desorientación socialista que viene de muchos años atrás.
En la génesis y desarrollo del precariado están las políticas económicas y las reformas laborales llevadas a cabo por el PSOE y avaladas en parte por los principales sindicatos.
He analizado este hecho en “Trabajadores precarios: El proletariado del siglo XXI” (Ediciones HOAC).
IU también ha fracasado, antes y ahora, en la articulación y representación política del precariado.
IU no es vista ni como organización capaz de gobernar, ni como movimiento articulador de los trabajadores precarios.
Nunca como ahora tenía condiciones objetivas para haber captado el voto de los descontentos con el PSOE y, sin embargo, quien ha canalizado el malestar de una parte significativa de este precariado ha sido el PP.
Basta con analizar la distribución del voto en ciudades, pueblos y barrios de toda España en donde la cultura roja fue fuerte y los trabajadores tenían alta conciencia de clase.
La falta de arraigo entre el precariado de estas zonas, más allá del trabajo asistencial que desde las instituciones se haya hecho para mejorar algo sus condiciones de vida, ha provocado una metamorfosis social, cultural y política muy grande.
Desde hace años, no se incrementa significativamente el número de trabajadores que vota a IU.
Muchos prefieren la abstención o el voto nulo, precisamente porque piensan que ni PSOE ni IU les representan.
La novedad actual es el aumento del número de trabajadores que vota a la derecha y en las próximas elecciones autonómicas en Andalucía lo veremos con mayor claridad.
Desde hace más de un siglo, sabemos que la situación de clase no convierte a la «clase en sí» en «clase para sí».
Por supuesto, no todos los trabajadores votan al PP, pero sí crece el número de los que lo hacen.
Ello ha favorecido, además de la abstención y el voto nulo como formas de desafección hacia el PSOE e IU, el triunfo del PP y de CIU en barrios obreros y en ciudades en las que antes la izquierda era dominante y, en otros casos, un gran crecimiento de estos dos partidos.
Las tesis que vengo sosteniendo en este texto pueden ser útiles para comprender lo sucedido en las elecciones del 22 M.
Sin duda alguna, ha habido un voto de castigo al gobierno y, especialmente, a su presidente.
Estos males tiene la política adoptada de identificar a un partido con su secretario general y presidente de gobierno.
Sin embargo, el voto masivo al PP tiene también que ver con la asunción por un sector importante de la ciudadanía de que vale más el original que una mala copia si de lo que se trata es de crear empleo a cualquier precio.
Si no hay más salida que hacer política objetivamente de derecha, pues que la haga ella, que lo hará mejor.
El PSOE, desde 1982, no sólo se ha derechizado él mismo, sino que ha derechizado a la sociedad.
Especialmente en los últimos ocho años ha confundido totalmente su papel y ha creído que progresismo es igual a socialismo.
Con ello habrá podido contentar a la burguesía progresista, pero el precariado esperaba otra cosa.
Un partido socialista no es lo mismo que una mezcla de partido radical italiano «pasado por agua» y el ala de izquierda del partido demócrata de Estados Unidos.
Es verdad que han pagado justos por pecadores, pero también los primeros han sido consentidores de la desorientación socialista que viene de muchos años atrás.
En la génesis y desarrollo del precariado están las políticas económicas y las reformas laborales llevadas a cabo por el PSOE y avaladas en parte por los principales sindicatos.
He analizado este hecho en “Trabajadores precarios: El proletariado del siglo XXI” (Ediciones HOAC).
IU también ha fracasado, antes y ahora, en la articulación y representación política del precariado.
IU no es vista ni como organización capaz de gobernar, ni como movimiento articulador de los trabajadores precarios.
Nunca como ahora tenía condiciones objetivas para haber captado el voto de los descontentos con el PSOE y, sin embargo, quien ha canalizado el malestar de una parte significativa de este precariado ha sido el PP.
Basta con analizar la distribución del voto en ciudades, pueblos y barrios de toda España en donde la cultura roja fue fuerte y los trabajadores tenían alta conciencia de clase.
La falta de arraigo entre el precariado de estas zonas, más allá del trabajo asistencial que desde las instituciones se haya hecho para mejorar algo sus condiciones de vida, ha provocado una metamorfosis social, cultural y política muy grande.
Desde hace años, no se incrementa significativamente el número de trabajadores que vota a IU.
Muchos prefieren la abstención o el voto nulo, precisamente porque piensan que ni PSOE ni IU les representan.
La novedad actual es el aumento del número de trabajadores que vota a la derecha y en las próximas elecciones autonómicas en Andalucía lo veremos con mayor claridad.
Desde hace más de un siglo, sabemos que la situación de clase no convierte a la «clase en sí» en «clase para sí».
Por supuesto, no todos los trabajadores votan al PP, pero sí crece el número de los que lo hacen.
Ello ha favorecido, además de la abstención y el voto nulo como formas de desafección hacia el PSOE e IU, el triunfo del PP y de CIU en barrios obreros y en ciudades en las que antes la izquierda era dominante y, en otros casos, un gran crecimiento de estos dos partidos.
● El futuro político y el fortalecimiento del movimiento del 15 M
Con una parte del precariado votando al PP y con otra parte del mismo movilizándose por la democracia real y criticando a los partidos de derecha y de izquierda, ¿qué futuro político nos aguarda?
A corto plazo, no parece que haya condiciones para detener el triunfo del PP en las generales.
Si el PSOE e IU son capaces de reaccionar ante lo que significa el movimiento del 15 M, quizá puedan acortar la distancia entre el PP y ellos.
Pero lo importante es el medio plazo.
Hay que cambiar la forma de hacer política, desvelar la concentración de la riqueza en España y redistribuirla, elaborar nuevas políticas en fiscalidad, vivienda, trabajo decente, democracia en la empresa, educación.
Y para estos cambios necesitamos que el movimiento del 15 M se fortalezca, genere contrapoder ciudadano, cree un nuevo antagonismo social basado en el conflicto no violento y la propuesta de alternativas, penetre entre el precariado que ha votado al PP para reorientar su comportamiento cultural y político.
El Movimiento del 15 M necesita tiempo para crecer, pero a los partidos y sindicatos les urge aprender de lo que significa y demanda.
El debate en el Comité Federal del PSOE del 28 de mayo no ofrece indicios sobre la existencia de una fuerte catarsis en este partido más allá de las decisiones de quién ha de ser candidato a la presidencia de gobierno.
No se cambia fácilmente la cultura y la orientación económica y política de fondo que mantiene este partido desde hace años.
Con una parte del precariado votando al PP y con otra parte del mismo movilizándose por la democracia real y criticando a los partidos de derecha y de izquierda, ¿qué futuro político nos aguarda?
A corto plazo, no parece que haya condiciones para detener el triunfo del PP en las generales.
Si el PSOE e IU son capaces de reaccionar ante lo que significa el movimiento del 15 M, quizá puedan acortar la distancia entre el PP y ellos.
Pero lo importante es el medio plazo.
Hay que cambiar la forma de hacer política, desvelar la concentración de la riqueza en España y redistribuirla, elaborar nuevas políticas en fiscalidad, vivienda, trabajo decente, democracia en la empresa, educación.
Y para estos cambios necesitamos que el movimiento del 15 M se fortalezca, genere contrapoder ciudadano, cree un nuevo antagonismo social basado en el conflicto no violento y la propuesta de alternativas, penetre entre el precariado que ha votado al PP para reorientar su comportamiento cultural y político.
El Movimiento del 15 M necesita tiempo para crecer, pero a los partidos y sindicatos les urge aprender de lo que significa y demanda.
El debate en el Comité Federal del PSOE del 28 de mayo no ofrece indicios sobre la existencia de una fuerte catarsis en este partido más allá de las decisiones de quién ha de ser candidato a la presidencia de gobierno.
No se cambia fácilmente la cultura y la orientación económica y política de fondo que mantiene este partido desde hace años.
● Organización, demandas y luchas del precariado sublevado
No sabemos todavía si las concentraciones y movilizaciones desarrolladas a partir de la segunda quincena de mayo van a cristalizar en un movimiento social o sólo van a ser una explosión social de corta o media duración.
También cabe la posibilidad de que se convierta en otro micromovimiento más de los muchos que existen, sin capacidad de expandirse y llegar a mucha gente.
La observación de las acciones combativas en Grecia y Francia nos enseña que la multiplicación de huelgas o de enfrentamientos con la policía no son ya las formas más eficaces de mantener viva una situación de antagonismo persistente.
Me parece que sería más útil una estrategia neogandhiana de resistencia, desobediencia civil, ocupación del espacio público. Una especie de guerra de guerrillas no violenta, de acción y retirada, de movilización y educación cívica, de protesta y elaboración colectiva de propuestas y alternativas.
Un movimiento sin prisa y sin pausa, que sabe que para crecer a largo plazo hay que saber ajustar el ritmo y el tiempo.
Se trata de crear un movimiento amplio de ciudadanos que sufren la precariedad, no una nueva vanguardia antisistema hiperideologizada.
Al igual que en los tiempos de las Acampadas por el 0,7, he observado una gran creatividad en las formas de acción colectiva.
Cuando los ciudadanos se reúnen y se liberan del tiempo reducido a la producción, el descanso y el consumo, despliegan una enorme creatividad social y las iniciativas de acción se multiplican.
Es muy importante generar antagonismo y conflicto.
La sociología nos enseña que sin ellos, no hay cambio social.
El conflicto social hoy día tiene que ser no violento, pero no por ello debe ser pacato.
Un intelectual nada radical como es Santos Juliá llamaba la atención sobre lo que supondría que los cinco millones de parados en vez de estar en sus casas, se manifestaran al unísono con cierta regularidad («Parados y en la calle, indefinidamente», El País-Domingo, 22 de mayo, 2011, pg. 16).
Está bien que se intente articular el movimiento a nivel de barrio, pero es imprescindible mantener la acción directa en los centros de las ciudades.
No sabemos todavía si las concentraciones y movilizaciones desarrolladas a partir de la segunda quincena de mayo van a cristalizar en un movimiento social o sólo van a ser una explosión social de corta o media duración.
También cabe la posibilidad de que se convierta en otro micromovimiento más de los muchos que existen, sin capacidad de expandirse y llegar a mucha gente.
La observación de las acciones combativas en Grecia y Francia nos enseña que la multiplicación de huelgas o de enfrentamientos con la policía no son ya las formas más eficaces de mantener viva una situación de antagonismo persistente.
Me parece que sería más útil una estrategia neogandhiana de resistencia, desobediencia civil, ocupación del espacio público. Una especie de guerra de guerrillas no violenta, de acción y retirada, de movilización y educación cívica, de protesta y elaboración colectiva de propuestas y alternativas.
Un movimiento sin prisa y sin pausa, que sabe que para crecer a largo plazo hay que saber ajustar el ritmo y el tiempo.
Se trata de crear un movimiento amplio de ciudadanos que sufren la precariedad, no una nueva vanguardia antisistema hiperideologizada.
Al igual que en los tiempos de las Acampadas por el 0,7, he observado una gran creatividad en las formas de acción colectiva.
Cuando los ciudadanos se reúnen y se liberan del tiempo reducido a la producción, el descanso y el consumo, despliegan una enorme creatividad social y las iniciativas de acción se multiplican.
Es muy importante generar antagonismo y conflicto.
La sociología nos enseña que sin ellos, no hay cambio social.
El conflicto social hoy día tiene que ser no violento, pero no por ello debe ser pacato.
Un intelectual nada radical como es Santos Juliá llamaba la atención sobre lo que supondría que los cinco millones de parados en vez de estar en sus casas, se manifestaran al unísono con cierta regularidad («Parados y en la calle, indefinidamente», El País-Domingo, 22 de mayo, 2011, pg. 16).
Está bien que se intente articular el movimiento a nivel de barrio, pero es imprescindible mantener la acción directa en los centros de las ciudades.
Movimiento 15-M en Cádiz, Plaza “El Palillero” Imagen de La Voz Digital.
La maduración y el crecimiento de un movimiento social de precarios en lucha van a necesitar una elaboración programática que vaya más allá del enunciado de demandas genéricas por más justas que puedan ser.
Nos enfrentamos a problemas muy complejos y ha llegado la hora de crear talleres ciudadanos de elaboración de propuestas políticas y económicas en los que confluyan activistas y expertos.
No es cierto que no haya alternativas.
Es mucho lo que ya está elaborado, pero los militantes más concienciados, los economistas críticos y los ciudadanos que sufren la precariedad han estado desvinculados.
Es hora de organizar la confluencia para ir elaborando una plataforma programática que se ofrezca desde la sociedad civil.
Quizá una de las innovaciones políticas más urgentes sea la de los mítines de los ciudadanos a los dirigentes políticos.
Los campos prioritarios han de ser:
el control democrático de la riqueza,
una nueva fiscalidad,
la creación de una banca pública,
nuevas leyes laborales para la democracia en la empresa,
la creación de empleo decente y
la progresiva extinción del trabajo precario,
formas para lograr «trabajar menos, trabajar todos y vivir mejor»,
cambios en las formas de elegir a los diputados,
creación de observatorios independientes de políticas públicas,
nuevas políticas de acceso a viviendas dignas,
etc.
Ante el nuevo ciclo político del PP, hay que organizar la movilización ciudadana.
Su receta neoliberal para el empleo es bien conocida: crear las condiciones para que haya más trabajo, pero asumiendo que éste sea cada vez más precario.
Un empresario catalán lo expresaba no hace mucho con gran claridad, según me contaba una persona que lo había escuchado: «ustedes tienen que elegir: o trabajan como los chinos, o nos llevamos nuestra empresa a China».
Tenemos que contemplar también el tiempo medio y largo, si se desea crear un movimiento social persistente.
La acción y la elaboración programática irán creando las condiciones para nuevas formas de representación política.
Hoy contemplamos el fracaso del capitalismo, de la socialdemocracia y del comunismo.
Palabras como izquierda y socialismo están muy vacías de contenido real.
Lo que hemos tenido en Europa es una izquierda sin socialismo.
No nos perdamos y enredemos con los nombres.
Lo que sí está claro es que hay que ir más allá del capitalismo y que un futuro con esperanza pasa por la construcción de alternativas anticapitalistas, ecologistas e internacionalistas.
Las luchas y las alternativas generadas desde las bases ciudadanas irán dando cuerpo a nuevas formas de hacer política que quizá con el paso de los años cristalicen en nuevas formaciones políticas.
Por ahora, estamos en el tiempo del «mientras tanto». ■
Nos enfrentamos a problemas muy complejos y ha llegado la hora de crear talleres ciudadanos de elaboración de propuestas políticas y económicas en los que confluyan activistas y expertos.
No es cierto que no haya alternativas.
Es mucho lo que ya está elaborado, pero los militantes más concienciados, los economistas críticos y los ciudadanos que sufren la precariedad han estado desvinculados.
Es hora de organizar la confluencia para ir elaborando una plataforma programática que se ofrezca desde la sociedad civil.
Quizá una de las innovaciones políticas más urgentes sea la de los mítines de los ciudadanos a los dirigentes políticos.
Los campos prioritarios han de ser:
el control democrático de la riqueza,
una nueva fiscalidad,
la creación de una banca pública,
nuevas leyes laborales para la democracia en la empresa,
la creación de empleo decente y
la progresiva extinción del trabajo precario,
formas para lograr «trabajar menos, trabajar todos y vivir mejor»,
cambios en las formas de elegir a los diputados,
creación de observatorios independientes de políticas públicas,
nuevas políticas de acceso a viviendas dignas,
etc.
Ante el nuevo ciclo político del PP, hay que organizar la movilización ciudadana.
Su receta neoliberal para el empleo es bien conocida: crear las condiciones para que haya más trabajo, pero asumiendo que éste sea cada vez más precario.
Un empresario catalán lo expresaba no hace mucho con gran claridad, según me contaba una persona que lo había escuchado: «ustedes tienen que elegir: o trabajan como los chinos, o nos llevamos nuestra empresa a China».
Tenemos que contemplar también el tiempo medio y largo, si se desea crear un movimiento social persistente.
La acción y la elaboración programática irán creando las condiciones para nuevas formas de representación política.
Hoy contemplamos el fracaso del capitalismo, de la socialdemocracia y del comunismo.
Palabras como izquierda y socialismo están muy vacías de contenido real.
Lo que hemos tenido en Europa es una izquierda sin socialismo.
No nos perdamos y enredemos con los nombres.
Lo que sí está claro es que hay que ir más allá del capitalismo y que un futuro con esperanza pasa por la construcción de alternativas anticapitalistas, ecologistas e internacionalistas.
Las luchas y las alternativas generadas desde las bases ciudadanas irán dando cuerpo a nuevas formas de hacer política que quizá con el paso de los años cristalicen en nuevas formaciones políticas.
Por ahora, estamos en el tiempo del «mientras tanto». ■