DOMINGO QUINTO DE PASCUA
(02 de mayo de 2021)
Introducción: Hemos nacido como sarmientos injertos en la vid.
Después de haber contemplado la gloriosa figura del Resucitado, hoy vamos a ver qué es lo que nos toca a nosotros de esa resurrección. Y el mismo Jesús nos lo va a decir con la bella parábola de la vid y los sarmientos. La vid y los sarmientos son dos cosas distintas, pero los sarmientos viven de la vid: «Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Si el sarmiento es cortado de la vid, se seca y lo tiran; si permanece unido a la vid, da un dulce fruto. Nos interesa, pues, saber cómo se evita ese corte ya que hemos nacido por el Bautismo injertados en la vid, que es el Resucitado.
1. ¿Qué es estar inserto en la vid?
Pero nos interesa profundizar qué es estar injertos en la vid. El sarmiento vive una vida exuberante, pero no es suya propia, la va recibiendo un día tras otro de la vid, a la que pertenece. La vida de nuestra vid es una vida divina, la misma que vive con el Padre y el Espíritu Santo en el seno de la Santa Trinidad: por el Bautismo vivimos nosotros, pequeñas criaturas la misma vida que vive Dios en los altos cielos. Y esa vida hay que guardarla, para que no se pierda. Y, ¿cómo se hace esto? Permaneciendo unidos a la vid: «El que permanece en mí, y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada». Interesa, pues, muchísimo saber cómo permanecer en Él; ya san Pablo en la segunda lectura nos ha dado algunas pistas, ¡aprovechémoslas!.
2. ¿Cómo mantenerse unido a la vid?.
Comienza diciéndonos: «No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad». No examinemos, pues, nuestros dichos, sino nuestros hechos; no la mentira de lo que aparecemos, sino la verdad de lo que somos. Y termina diciéndonos cuál puede ser el objeto de ese examen: «Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos los unos a los otros tal como nos lo mandó». Creer en Jesucristo no sólo de mente, sino aceptando su Palabra e imitando su vida; y su Palabra se resume en un solo mandamiento y su vida se compendia en un solo concepto: entregarse a sí mismo, y entregarse por el bien de los demás. Aquí está todo lo necesario para mantenerse unido a la vid, es decir, pletórico de vida divina.
3. Sin mí no podéis hacer nada.
Pero no lo olvidemos: no se trata sólo de ser buenos, se trata de vivir unidos a la vid. Nuestra vida cristiana es una prolongación de la vida del Resucitado. Sólo de la savía de la verdadera vid brotará abundante nuestra vida divina, sólo muy unidos a Cristo podremos vivir una fe sincera, sólo muy unidos a Él seremos capaces de amar a los demás como Él los ama, porque «sin mí no podéis hacer nada». Pensar en subir a la santidad por nuestras propias fuerzas es un notable engaño de una persona sin fe en la salvación que sólo nos viene por la muerte y resurrección de Cristo el Señor. Todo lo que hemos celebrado estos días no era para recordar la historia, sino para ir viviendo cada acontecimiento que hemos celebrado en unión íntima con su agente principal, Cristo Señor.
Conclusión: Prolongando durante el año los misterios celebrados.
Y ahora prologaremos ese recuerdo y esa celebración en la Eucaristía de cada domingo, que no es sólo un simple recuerdo, sino que infunde en nuestros corazones la sabia de la vid para enriquecer nuestra vida cristiana y hacernos semejante a Aquél a quien celebramos. Porque los sacramentos realizan lo que significan. Y la Eucaristía recuerda y significa la muerte y resurrección del único salvador.
Después de haber contemplado la gloriosa figura del Resucitado, hoy vamos a ver qué es lo que nos toca a nosotros de esa resurrección. Y el mismo Jesús nos lo va a decir con la bella parábola de la vid y los sarmientos. La vid y los sarmientos son dos cosas distintas, pero los sarmientos viven de la vid: «Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Si el sarmiento es cortado de la vid, se seca y lo tiran; si permanece unido a la vid, da un dulce fruto. Nos interesa, pues, saber cómo se evita ese corte ya que hemos nacido por el Bautismo injertados en la vid, que es el Resucitado.
1. ¿Qué es estar inserto en la vid?
Pero nos interesa profundizar qué es estar injertos en la vid. El sarmiento vive una vida exuberante, pero no es suya propia, la va recibiendo un día tras otro de la vid, a la que pertenece. La vida de nuestra vid es una vida divina, la misma que vive con el Padre y el Espíritu Santo en el seno de la Santa Trinidad: por el Bautismo vivimos nosotros, pequeñas criaturas la misma vida que vive Dios en los altos cielos. Y esa vida hay que guardarla, para que no se pierda. Y, ¿cómo se hace esto? Permaneciendo unidos a la vid: «El que permanece en mí, y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada». Interesa, pues, muchísimo saber cómo permanecer en Él; ya san Pablo en la segunda lectura nos ha dado algunas pistas, ¡aprovechémoslas!.
2. ¿Cómo mantenerse unido a la vid?.
Comienza diciéndonos: «No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad». No examinemos, pues, nuestros dichos, sino nuestros hechos; no la mentira de lo que aparecemos, sino la verdad de lo que somos. Y termina diciéndonos cuál puede ser el objeto de ese examen: «Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos los unos a los otros tal como nos lo mandó». Creer en Jesucristo no sólo de mente, sino aceptando su Palabra e imitando su vida; y su Palabra se resume en un solo mandamiento y su vida se compendia en un solo concepto: entregarse a sí mismo, y entregarse por el bien de los demás. Aquí está todo lo necesario para mantenerse unido a la vid, es decir, pletórico de vida divina.
3. Sin mí no podéis hacer nada.
Pero no lo olvidemos: no se trata sólo de ser buenos, se trata de vivir unidos a la vid. Nuestra vida cristiana es una prolongación de la vida del Resucitado. Sólo de la savía de la verdadera vid brotará abundante nuestra vida divina, sólo muy unidos a Cristo podremos vivir una fe sincera, sólo muy unidos a Él seremos capaces de amar a los demás como Él los ama, porque «sin mí no podéis hacer nada». Pensar en subir a la santidad por nuestras propias fuerzas es un notable engaño de una persona sin fe en la salvación que sólo nos viene por la muerte y resurrección de Cristo el Señor. Todo lo que hemos celebrado estos días no era para recordar la historia, sino para ir viviendo cada acontecimiento que hemos celebrado en unión íntima con su agente principal, Cristo Señor.
Conclusión: Prolongando durante el año los misterios celebrados.
Y ahora prologaremos ese recuerdo y esa celebración en la Eucaristía de cada domingo, que no es sólo un simple recuerdo, sino que infunde en nuestros corazones la sabia de la vid para enriquecer nuestra vida cristiana y hacernos semejante a Aquél a quien celebramos. Porque los sacramentos realizan lo que significan. Y la Eucaristía recuerda y significa la muerte y resurrección del único salvador.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
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Antonio Troya Magallanes, su perfil como sacerdote a través de sus homilías:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6299157.pdf
Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
https://www.puertorealhoy.es/antonio-troya-maruja-mey-seran-nombrados-nuevos-hijos-adoptivos-puerto-real
Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
http://www.obispadocadizyceuta.es/wp-content/uploads/2003/07/BOO2541-Julio-Agosto-2003.pdf
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Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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