La paz no es sólo calma
sino, también, lucha.
sino, también, lucha.
Para comprender el amplio y el rico significado de la palabra “paz” podemos recordar las ideas, las sensaciones y los sentimientos que experimentamos cuando, por ejemplo, en una tarde de otoño, paseamos tranquilamente por la campiña, por la orilla del mar o por una montaña solitaria. ¿No es verdad que nos da la impresión de que el bienestar y la felicidad tienen mucho que ver con esa quietud, con esa tranquilidad, con esa calma y con ese sosiego que nos resultan tan agradables?
Pero hemos de evitar la tentación de pensar que la paz es sólo eso: quietud, tranquilidad, calma o sosiego. Si prestamos atención, podremos observar que, incluso en esos paisajes, hay movimientos y sonidos, hay trabajo y lucha, hay luces y sombras: hay, sobre todo, vida. ¿Por qué -nos preguntamos-, sentimos esas sensaciones placenteras a pesar de esos cambios, a veces bruscos, a pesar de que cada elemento trabaja duramente y lucha de manera esforzada por sobrevivir, por defenderse y por crecer.
Porque en esos lugares reina el orden, la armonía, el equilibrio, la cohesión y la unidad. Si seguimos prestando nuestra atención, es posible que podamos aprender de esos paisajes unas lecciones importantes que nos ayuden a encontrar los caminos que nos conducen a nuestra paz individual y a nuestra paz colectiva. Sí, yo estoy convencido de que las claves de la paz nos la ofrece la naturaleza y, sobre todo, los seres que están dotados de vida: las plantas y los animales. Podemos decirlo también de otra manera: somos los seres humanos los que, con nuestros comportamientos irracionales e inmorales, injustos e insolidarios, impedimos que, en nuestro mundo, reine la paz. Somos nosotros, los seres humanos, los que hacemos que el mundo sea inhumano. Somos nosotros los que, actuando en contra de las leyes de la naturaleza y de la racionalidad, desbaratamos el orden, rompemos la armonía, destrozamos el equilibrio, trituramos la cohesión y fragmentamos la unidad.
Pero hemos de evitar la tentación de pensar que la paz es sólo eso: quietud, tranquilidad, calma o sosiego. Si prestamos atención, podremos observar que, incluso en esos paisajes, hay movimientos y sonidos, hay trabajo y lucha, hay luces y sombras: hay, sobre todo, vida. ¿Por qué -nos preguntamos-, sentimos esas sensaciones placenteras a pesar de esos cambios, a veces bruscos, a pesar de que cada elemento trabaja duramente y lucha de manera esforzada por sobrevivir, por defenderse y por crecer.
Porque en esos lugares reina el orden, la armonía, el equilibrio, la cohesión y la unidad. Si seguimos prestando nuestra atención, es posible que podamos aprender de esos paisajes unas lecciones importantes que nos ayuden a encontrar los caminos que nos conducen a nuestra paz individual y a nuestra paz colectiva. Sí, yo estoy convencido de que las claves de la paz nos la ofrece la naturaleza y, sobre todo, los seres que están dotados de vida: las plantas y los animales. Podemos decirlo también de otra manera: somos los seres humanos los que, con nuestros comportamientos irracionales e inmorales, injustos e insolidarios, impedimos que, en nuestro mundo, reine la paz. Somos nosotros, los seres humanos, los que hacemos que el mundo sea inhumano. Somos nosotros los que, actuando en contra de las leyes de la naturaleza y de la racionalidad, desbaratamos el orden, rompemos la armonía, destrozamos el equilibrio, trituramos la cohesión y fragmentamos la unidad.
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo.
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58.- «LA PAZ»
(Hacia un nuevo humanismo)