DOMINGO DUODÉCIMO DEL TIEMPO ORDINARIO
(20 de junio de 2021)
Introducción: La reacción de Jesús ante la desconfianza de sus discípulos.
Los discípulos van en la barca y Jesús está con ellos, pero de pronto «se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra a barca hasta casi llenarla de agua». Jesús a popa duerme tranquilamente, no le ha sacudido el dichoso huracán. Los discípulos acuden a Él de una manera desesperada. «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?». Y nos interesa mucho examinar la reacción de Jesús, porque también nosotros vamos con Él en la Iglesia, y a veces nos parece que Jesús duerme plácidamente mientras la Iglesia es combatida por uno y otro costado. Su primer gesto es calmar la tempestad. Pero a renglón seguido les echa un rapapolvo: «¿Aún no tenéis fe?». También nosotros nos alarmamos cuando arrecia la tempestad: Vemos cómo va decreciendo la fe en el continente europeo y nos sentimos inseguros; vemos cómo el papa Francisco que a nosotros nos parece que quiere ofrecer una Iglesia más pura a las nuevas generaciones que ya no confían en ella es combatido desde dentro de su misma Iglesia, ¿cuál es nuestra reacción ante estas desagradables tempestades?
1. Cómo quiere Jesús que acudamos a Él.
Si no somos unos pasotas que todo nos da lo mismo, sino que nos preocupa de verdad nuestra Iglesia, tal vez no estemos muy lejos de la reacción de aquellos discípulos. También quizás nos encaramos con el Señor, diciéndole que cómo permite esto. Y el Señor nos reprende como a ellos. Porque permite la tempestad quizás para purificar la Iglesia o tal vez para combatir nuestra desidia y ponernos en guardia, que no todo está ganado, que hay que luchar para conservar y mejorar lo que se nos ha dado. Pero Él, aunque parezca dormir, está vigilante y atento a cumplir su promesa de que «el poder del infierno no la derrotará» (Mt 16,18). Entonces nuestra reacción no es acudir a Él del modo que lo hacen los apóstoles, sino confiar en que su presencia en la barca de la Iglesia está garantizada y su auxilio también. Eso sí; esta seguridad no nos impide, al contrario, nos mueve, a rezar mucho y bien para conseguir su ayuda: rezar con perseverancia y apoyar la oración, si es necesario con el ayuno o con alguna otra penitencia. Orar siempre agrada a Jesús con tal de que lo hagamos con confianza y no con desesperación, que es signo de falta de confianza. Jesús tiene poder para calmar la tempestad, como lo prueba en el caso que relata el evangelio de hoy, pero no quiere ser asaltado, sino confiadamente solicitado.
2. Nuestra actitud ante el inmenso poder del amor de Cristo.
El evangelio reseña también la reacción de la gente ante el poder de Jesús: «Se quedaron espantados y se decían unos a otros: Pero, ¿quién es éste? ¡hasta el viento y las aguas le obedecen!». Ésta debe ser nuestra reacción natural ante la persona de Jesús; no porque domine la naturaleza como en este caso, sino porque con su poder y su amor ha hecho de nosotros hombres nuevos, liberados del pecado y abiertos a la esperanza de una vida nueva, eterna y feliz, unidos a Él como miembros de su cuerpo, y con Él a la Trinidad Santa a la cual sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos, Amén. Ante este poder de su muerte y resurrección el poder de calmar la tempestad se queda pequeño e insignificante.
Conclusión: El poder de Cristo en la celebración eucarística.
Y este poder no lo muestra una sola vez, sino cada vez que lo hace actual en la celebración de la Eucaristía: cada vez que la celebramos somos salvados: se perdonan nuestros pecados y se nos abre el camino para acompañarlo en la gloria, porque en la Eucaristía se hace presente su muerte y resurrección, por las que consigue la salvación del mundo y de cada uno de nosotros, sus discípulos.
Los discípulos van en la barca y Jesús está con ellos, pero de pronto «se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra a barca hasta casi llenarla de agua». Jesús a popa duerme tranquilamente, no le ha sacudido el dichoso huracán. Los discípulos acuden a Él de una manera desesperada. «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?». Y nos interesa mucho examinar la reacción de Jesús, porque también nosotros vamos con Él en la Iglesia, y a veces nos parece que Jesús duerme plácidamente mientras la Iglesia es combatida por uno y otro costado. Su primer gesto es calmar la tempestad. Pero a renglón seguido les echa un rapapolvo: «¿Aún no tenéis fe?». También nosotros nos alarmamos cuando arrecia la tempestad: Vemos cómo va decreciendo la fe en el continente europeo y nos sentimos inseguros; vemos cómo el papa Francisco que a nosotros nos parece que quiere ofrecer una Iglesia más pura a las nuevas generaciones que ya no confían en ella es combatido desde dentro de su misma Iglesia, ¿cuál es nuestra reacción ante estas desagradables tempestades?
1. Cómo quiere Jesús que acudamos a Él.
Si no somos unos pasotas que todo nos da lo mismo, sino que nos preocupa de verdad nuestra Iglesia, tal vez no estemos muy lejos de la reacción de aquellos discípulos. También quizás nos encaramos con el Señor, diciéndole que cómo permite esto. Y el Señor nos reprende como a ellos. Porque permite la tempestad quizás para purificar la Iglesia o tal vez para combatir nuestra desidia y ponernos en guardia, que no todo está ganado, que hay que luchar para conservar y mejorar lo que se nos ha dado. Pero Él, aunque parezca dormir, está vigilante y atento a cumplir su promesa de que «el poder del infierno no la derrotará» (Mt 16,18). Entonces nuestra reacción no es acudir a Él del modo que lo hacen los apóstoles, sino confiar en que su presencia en la barca de la Iglesia está garantizada y su auxilio también. Eso sí; esta seguridad no nos impide, al contrario, nos mueve, a rezar mucho y bien para conseguir su ayuda: rezar con perseverancia y apoyar la oración, si es necesario con el ayuno o con alguna otra penitencia. Orar siempre agrada a Jesús con tal de que lo hagamos con confianza y no con desesperación, que es signo de falta de confianza. Jesús tiene poder para calmar la tempestad, como lo prueba en el caso que relata el evangelio de hoy, pero no quiere ser asaltado, sino confiadamente solicitado.
2. Nuestra actitud ante el inmenso poder del amor de Cristo.
El evangelio reseña también la reacción de la gente ante el poder de Jesús: «Se quedaron espantados y se decían unos a otros: Pero, ¿quién es éste? ¡hasta el viento y las aguas le obedecen!». Ésta debe ser nuestra reacción natural ante la persona de Jesús; no porque domine la naturaleza como en este caso, sino porque con su poder y su amor ha hecho de nosotros hombres nuevos, liberados del pecado y abiertos a la esperanza de una vida nueva, eterna y feliz, unidos a Él como miembros de su cuerpo, y con Él a la Trinidad Santa a la cual sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos, Amén. Ante este poder de su muerte y resurrección el poder de calmar la tempestad se queda pequeño e insignificante.
Conclusión: El poder de Cristo en la celebración eucarística.
Y este poder no lo muestra una sola vez, sino cada vez que lo hace actual en la celebración de la Eucaristía: cada vez que la celebramos somos salvados: se perdonan nuestros pecados y se nos abre el camino para acompañarlo en la gloria, porque en la Eucaristía se hace presente su muerte y resurrección, por las que consigue la salvación del mundo y de cada uno de nosotros, sus discípulos.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
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Antonio Troya Magallanes, su perfil como sacerdote a través de sus homilías:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6299157.pdf
Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
https://www.puertorealhoy.es/antonio-troya-maruja-mey-seran-nombrados-nuevos-hijos-adoptivos-puerto-real
Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
http://www.obispadocadizyceuta.es/wp-content/uploads/2003/07/BOO2541-Julio-Agosto-2003.pdf
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Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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