Paco Porcar: “Ahora hay que optar entre dos modelos sociales:
vivir para trabajar o trabajar para vivir”
Conversaciones en el Foro GOGOA
• Entrevista a Francisco Porcar, historiador del movimiento obrero, militante de la HOAC y colaborador de Noticias Obreras.
Por Javier Pagola • vía Alandar.
Francisco Porcar es concejal por Esquerra Unida en el municipio castellonense de La Val d’Uixó y militante de HOAC.
Es autor del libro «Una Historia de Liberación, que hace una mirada cultural a la historia del movimiento obrero».
—¿Por qué le interesó hacer una aproximación cultural a la historia del movimiento obrero?
—Porque históricamente el movimiento obrero ha sido, en gran medida, un movimiento cultural de liberación. Ha hecho grandes aportaciones para la humanización radical de la sociedad y ha supuesto un gran impulso ético para vivir. El espacio que ocupó la cultura obrera como manera alternativa de pensar y organizar la sociedad ha sido llenado por la cultura neocapitalista dominante, caracterizada por el individualismo posesivo y la deshumanización. Muchos hombres y mujeres trabajadores —con y sin empleo— y gran cantidad de sindicalistas desconocen la trayectoria del movimiento obrero y su cultura de solidaridad e internacionalismo.
—¿Estudiar la historia del movimiento obrero a dónde le ha llevado?
—No se ama lo que no se conoce. Pero a mí no me mueve un mero ejercicio intelectual. A mí me guía un deseo de ayudar a participar hoy en su vida y a comprometerse con su causa, especialmente con la causa de las personas más débiles y empobrecidas. En una sociedad desmemoriada como es la nuestra, estudiar la historia del movimiento obrero puede servir para varias cosas. Yo destacaría tres: cultivar una memoria agradecida a todos y todas los que gastaron su vida por un mundo más justo, aprender de los errores e incoherencias del pasado para no repetirlos, y asumir un compromiso renovado de liberación. Además, yo soy miembro de una organización de militantes cristianos que, en el encuentro del Evangelio con el mundo obrero, aprende a alejarse de un catolicismo aburguesado y a rescatar elementos muy importantes del cristianismo originario.
—¿Cómo se explica la desunión histórica en el mundo del trabajo?
—La diversidad del movimiento obrero no hay que verla como un mal. El pluralismo ha sido una gran riqueza. Pero, históricamente, se ha vivido una fuerte tensión entre el pluralismo y la búsqueda de la unidad. La solidaridad ha sido la clave de esa búsqueda. Sin embargo, un gran problema del movimiento obrero ha sido el sectarismo, teñido de fundamentalismo, que ha aparecido con frecuencia en todas sus corrientes.
—¿Qué aportaciones emancipadoras más importantes ha hecho?
—Acaso la más importante ha sido plantear el valor del trabajo como factor principal de la producción. Porque el trabajo está vinculado a la persona que trabaja y a su dignidad. La persona no es un instrumento y a ella se deben subordinar la economía, los sistemas productivos, la retribución y la organización de la vida social. Pero ha habido otras aportaciones importantes: la crítica radical a la propiedad privada capitalista, la insistencia en el bien común y en un proyecto de comunidad de bienes, el internacionalismo y la evitación de enfrentamiento entre pueblos, su aprecio de la educación para hacer frente a la degradación moral de la sociedad, la búsqueda de la emancipación femenina y la insistencia en que la gente trabajadora se organice.
—¿Por qué se ha debilitado la cultura del movimiento obrero?
—Esa cultura se desdibujó, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, porque se dejó de cultivar la educación del deseo de las personas para construir una sociedad a la medida del ser humano. Esa convicción se desplazó y fue sustituida por la idea de que el desarrollo económico significaba progreso social. Los efectos de ese cambio se agrandaron a medida que Europa fue convirtiéndose en una sociedad satisfecha de consumo de masas y fue extendiéndose la dominación cultural del capitalismo. Otras causas fueron el acceso a la protección social, la fragmentación del mundo obrero, la influencia de los medios de comunicación, la diversificación de las formas de explotación de las personas y la dualización de una sociedad con un creciente número de excluidos sociales. Las organizaciones del movimiento obrero se burocratizaron y no han sabido atender eficazmente a las demandas de los desempleados, trabajadores eventuales y empobrecidos. Se ha perdido aliento ético.
—¿Ahora, en nuestro tiempo, cuál es el desafío fundamental?
—El desafío es plantear la necesidad de un trabajo digno para alcanzar una sociedad decente. Una sociedad decente es aquella en la que las instituciones no humillan a las personas. Tenemos que optar por un modelo social y elegir si queremos vivir para trabajar o si queremos trabajar para vivir. ¿Vamos a aceptar la esclavitud o queremos la libertad para las personas? Hemos de plantearnos qué queremos hacer con el trabajo para construir transformación social. Como dice el teólogo brasileño Elio Estanislau Gasda, “Se trata de liberar al trabajo de la esclavitud economicista a que está sometido, al haberlo reducido a un mero instrumento de la economía”.
—¿Cómo saldremos de la situación actual?
—No ha habido una crisis, sino una vuelta de tuerca del sistema, para precarizar más el empleo y reducir derechos laborales. Los planteamientos políticos que hoy dicen que la respuesta a la situación actual está en un crecimiento económico que genere empleo, están equivocados. Porque está más que demostrado que el sistema económico no necesita generar pleno empleo y lo que únicamente va a crear es un empleo más precario, que no permite vivir con dignidad. Al capital le resulta mucho más rentable invertir en actividades no productivas que generar empleo en actividades productivas. Un problema político decisivo es considerar qué queremos hacer con el trabajo humano y, sin embargo, no está planteado en los programas de los partidos.
—¿Qué diferencia hay entre trabajo y empleo?
Hemos identificado trabajo y empleo, pero son cosas distintas. El empleo no es más que una forma de trabajo. Empleo es trabajo asalariado, aquel por el que se paga un precio de mercado. Hay muchas actividades humanas que son trabajo y no son empleo, El problema es que, como no se paga por ellas un precio de mercado, no suelen tener ni valoración ni reconocimiento social. El trabajo es esencial para el ser humano, las personas no podemos vivir sin trabajar, porque el trabajo es aquello que necesitamos para hacer de nuestro mundo un lugar habitable. Por eso es tan importante para la vida de las personas lo que hagamos con el trabajo.
-¿Qué ha hecho el capitalismo con el trabajo?
-El capitalismo ha convertido al trabajo humano en una mercancía a la que hay que poner precio para obtener de ella rentabilidad. Eso es destructivo para la persona, es poner precio a la vida y, cuando se le pone precio, la vida tiende a ser destruida. Una sociedad de creciente producción y creciente consumo tiene muy poco de humana. Hemos aceptado la destrucción de muchos derechos porque hemos aceptado la misma lógica que niega esos derechos. En los últimos 25 años hemos entrado en un modelo social, distinto del anterior, que mercantiliza el empleo hasta el extremo. Si no lo cambiamos, este modelo se va a caracterizar, cada vez más, por un desempleo estructural muy alto y por una extrema precarización del empleo. Los trabajadores que no se adaptan, no resultan competitivos para el mercado y quedan excluidos. Como dice el sociólogo Bauman, ha venido a repetirse lo que pasaba en el primer capitalismo: muchos trabajadores están sometidos al dilema de “o trabajas así o te mueres de hambre”, con todo lo que significa en nuestra sociedad no tener empleo.
-Para construir una sociedad más humana, ¿qué podemos actualizar de la mejor tradición del movimiento obrero?
-Que la persona es el sujeto y no un instrumento o mercancía, en el trabajo. Que las personas no son animales de carga y tienen derecho político a decidir cómo organizar la vida social y, para ello, deben movilizarse y no abandonar nunca esa responsabilidad trasladándola al Estado. Que la economía tiene que subordinarse a fines sociales y no conducir a una sociedad que tiene, cada vez más y en múltiples aspectos, la forma de un mercado. Y que, dado que los individuos competimos por nuestro propio interés egoísta, si queremos que la sociedad progrese tenemos que llegar a comprender que cooperando unidos conseguimos mejor lo que nos conviene.
-¿Qué se puede hacer en favor de quienes viven de manera precaria?
-Hoy, dada la precarización del empleo, muchas personas viven en una situación permanente de inseguridad vital. Como el sistema capitalista, para lograr sus objetivos, necesita sumisión, ataca los derechos sociales y laborales y utiliza el pretexto de que no se pueden pagar, porque son muy caros. Pero eso no es verdad. Sí hay dinero para lo que se quiere: en los Presupuestos del Estado para 2015 hay una partida de 38.000 millones de euros para pagar los intereses de la deuda. En diciembre pasado se acordó entre Gobierno, patronal y sindicatos una ayuda de 421 euros a parados de larga duración que no tienen ningún tipo de ingresos. En España hay más de dos millones de parados en esa situación, pero sólo una cuarta parte de ellos podrá acogerse a esa ayuda, que va a costar unos 1.200 millones de euros. Dinero hay, pero según para qué.
-¿Qué poder político real tienen las instituciones frente a la gran banca, el capital y el mercado?
-Un poder muy restringido. Tenemos una democracia de medio pelo. Y con los tratados de mercado, acordados en secreto entre la Unión Europea y los Estados Unidos o las potencias del Pacífico, se está creando un marco regulatorio internacional que ata de pies y manos a los gobiernos para que no puedan tomar decisiones contrarias a los intereses de las grandes empresas, de los fondos de inversión y de quienes controlan el capital financiero. La capacidad de decisión política es cada vez menor.
-¿Cómo se puede avanzar hacia una sociedad decente?
-Insistiré en algunas ideas. Creo que debemos repensar la economía y la política desde una comprensión comunitaria del ser humano y el trabajo, como un bien de las personas. Afirmar, en la práctica, el destino universal de los bienes y la distribución social de la riqueza y, para ello, establecer un sistema fiscal progresivo y justo y perseguir el fraude y la evasión. Valorar socialmente el trabajo que no es empleo, especialmente el de cuidados de las personas y del medio ambiente. Pensar no en una sociedad de empleo sino de trabajo, que responda a necesidades humanas y con participación de todos. Luchar por la reforma de la empresa y exigir su responsabilidad civil. Desvincular los derechos sociales del empleo y conseguir rentas sociales básicas. Renovar el sindicalismo y centrarlo en la atención a las necesidades y derechos de trabajadores y trabajadoras empobrecidos y vulnerables. Recuperar la política y nuestra continuada responsabilidad en ella. Y una cuestión nada fácil: cambiar nuestra forma de vivir.
-¿Son posibles cambios en un solo país?
-La mundialización de la economía y la globalización han vuelto a poner de actualidad el internacionalismo del movimiento obrero. Hay cuestiones que se pueden afrontar a nivel local. La regulación de algunos derechos y las políticas fiscales precisan marcos continentales o universales. Los sindicatos de todo el mundo han logrado confluir en una única Confederación Mundial, pero su fuerza es todavía muy débil para enfrentarse a quienes tienen muchísimo poder económico.
-Una buena parte del mundo ha acogido con alegría y esperanza los mensajes y gestos del papa Francisco. ¿Qué pasa en la Iglesia de nuestro país?
-Los Estudios de la Fundación FOESSA, vinculada a Caritas, dejan bien claro el crecimiento de la desigualdad social en España y que no es la crisis su causa principal, sino el sistema capitalista. El papa llama la atención sobre las políticas de trabajo y empleo -para que no haya explotación ni exclusión- y pide que la organización social no gire en torno a la economía sino a la dignidad de la persona humana. La mayoría de nuestros obispos no parecen entender al papa. La HOAC, movimiento eclesial que ha cumplido 68 años, tuvo buena comunicación con los obispos años atrás. Queremos plantear con ellos la necesidad y líneas de una pastoral obrera, pero ahora no hay diálogo. Otra cosa que sentimos es una creciente clericalización de la Iglesia y desinterés de los sacerdotes jóvenes por la acción social y evangelizadora de los laicos.