SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN
DEL SEÑOR (25 de marzo de 2021)
Introducción: El día en que el Dios Altísimo se hace uno de nosotros.
Celebramos hoy un día que yo me atrevería a decir que es el más importante del año. Hasta este día Dios estaba en los cielos, gobernando desde allí a la tierra; a partir de hoy Dios está también en la tierra compartiendo la vida del hombre. Es verdad que todavía hoy es un pequeño feto en el vientre de María de Nazaret, pero tiene todos los elementos para que de ellos se desarrolle una persona; aunque en este caso no sucederá así, porque la persona antecede a la concepción del niño y no es persona humana, sino la Segunda de la Santa Trinidad, el Hijo eterno del Padre celestial. Pero en el seno de María se investirá de la naturaleza humana, haciéndose en todo uno de nosotros. El que hasta ahora era sólo Dios, desde hoy será al mismo tiempo Dios y hombre verdadero.
1. Dios en carne humana.
Porque María tiene en su vientre un hijo, así se lo anuncia hoy el ángel, pero este hijo no ha sido concebido por obra de varón, sino que ha sido formado por el mismo Espíritu Santo. No es una persona humana, sino la segunda de la Trinidad, pero en todo lo demás es exactamente lo mismo que cualquier otro niño de los que nacen cada día: con sus tres potencias y sus cinco sentidos, con un cuerpo mortal y una capacidad de desarrollarse. ¡Quién hubiera podido imaginarse antes a Dios recorriendo a pie las aldeas y pueblos de Palestina! Pues así lo vieron los que tuvieron la dicha de vivir durante aquellos años. Y nosotros, aunque no existíamos entonces podemos venerarlo en carne mortal y hasta hacer imágenes que representen su figura humana. Y sentirlo tan cercano como a nuestro mejor amigo.
2. Dios hombre paga lo que debemos los hombres.
Y ese cuerpo que toma no le servirá sólo para acercarse a nosotros y hablarnos del Reino de Dios y de la fraternidad universal, sino ¡hasta para ofrecerlo en la cruz y lavar con su sangre nuestros delitos! Sí, Dios no puede sufrir, pero tomando un cuerpo humano podrá inmolarse para pagar lo que nosotros debíamos y que éramos incapaces de pagar por nuestra pobreza radical. Él paga como hombre, en nombre de todos los humanos, pero con la riqueza que le confiere su dignidad divina. Dios hombre paga a Dios infinito la deuda que nosotros, los hombres, habíamos contraído por nuestras desobediencias e infidelidades. Nadie hubiera podido imaginar una solución tan genial a un problema que había condenado a la muerte eterna a toda la humanidad. Y menos sospechar siquiera que el corazón de Dios albergase una carga de amor tan inmensa para esta pobre criatura a la que llamamos hombre: entregar a la muerte al Hijo para redimir a los siervos infieles. Y a esta carga de amor correspondería en estricta justicia un agradecimiento que nos moviera a renunciarlo todo para ponernos exclusivamente a su servicio. Algunos parece que lo han entendido, pero la mayoría pasa de Dios y va a lo suyo.
Conclusión: Unidos en el pago de una misma deuda.
Y la misa que celebramos pone continuamente ante los ojos de Dios el pago de esta deuda. E intenta asociarnos a nosotros a ese pago haciéndonos uno con el divino pagador por la comunión de su cuerpo. Nos hace uno con Él para que Dios Padre no pueda distinguir entre su Hijo único y los que ha adoptado en su nombre. Todos unidos en el pago de un mismo débito.
Celebramos hoy un día que yo me atrevería a decir que es el más importante del año. Hasta este día Dios estaba en los cielos, gobernando desde allí a la tierra; a partir de hoy Dios está también en la tierra compartiendo la vida del hombre. Es verdad que todavía hoy es un pequeño feto en el vientre de María de Nazaret, pero tiene todos los elementos para que de ellos se desarrolle una persona; aunque en este caso no sucederá así, porque la persona antecede a la concepción del niño y no es persona humana, sino la Segunda de la Santa Trinidad, el Hijo eterno del Padre celestial. Pero en el seno de María se investirá de la naturaleza humana, haciéndose en todo uno de nosotros. El que hasta ahora era sólo Dios, desde hoy será al mismo tiempo Dios y hombre verdadero.
1. Dios en carne humana.
Porque María tiene en su vientre un hijo, así se lo anuncia hoy el ángel, pero este hijo no ha sido concebido por obra de varón, sino que ha sido formado por el mismo Espíritu Santo. No es una persona humana, sino la segunda de la Trinidad, pero en todo lo demás es exactamente lo mismo que cualquier otro niño de los que nacen cada día: con sus tres potencias y sus cinco sentidos, con un cuerpo mortal y una capacidad de desarrollarse. ¡Quién hubiera podido imaginarse antes a Dios recorriendo a pie las aldeas y pueblos de Palestina! Pues así lo vieron los que tuvieron la dicha de vivir durante aquellos años. Y nosotros, aunque no existíamos entonces podemos venerarlo en carne mortal y hasta hacer imágenes que representen su figura humana. Y sentirlo tan cercano como a nuestro mejor amigo.
2. Dios hombre paga lo que debemos los hombres.
Y ese cuerpo que toma no le servirá sólo para acercarse a nosotros y hablarnos del Reino de Dios y de la fraternidad universal, sino ¡hasta para ofrecerlo en la cruz y lavar con su sangre nuestros delitos! Sí, Dios no puede sufrir, pero tomando un cuerpo humano podrá inmolarse para pagar lo que nosotros debíamos y que éramos incapaces de pagar por nuestra pobreza radical. Él paga como hombre, en nombre de todos los humanos, pero con la riqueza que le confiere su dignidad divina. Dios hombre paga a Dios infinito la deuda que nosotros, los hombres, habíamos contraído por nuestras desobediencias e infidelidades. Nadie hubiera podido imaginar una solución tan genial a un problema que había condenado a la muerte eterna a toda la humanidad. Y menos sospechar siquiera que el corazón de Dios albergase una carga de amor tan inmensa para esta pobre criatura a la que llamamos hombre: entregar a la muerte al Hijo para redimir a los siervos infieles. Y a esta carga de amor correspondería en estricta justicia un agradecimiento que nos moviera a renunciarlo todo para ponernos exclusivamente a su servicio. Algunos parece que lo han entendido, pero la mayoría pasa de Dios y va a lo suyo.
Conclusión: Unidos en el pago de una misma deuda.
Y la misa que celebramos pone continuamente ante los ojos de Dios el pago de esta deuda. E intenta asociarnos a nosotros a ese pago haciéndonos uno con el divino pagador por la comunión de su cuerpo. Nos hace uno con Él para que Dios Padre no pueda distinguir entre su Hijo único y los que ha adoptado en su nombre. Todos unidos en el pago de un mismo débito.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
PARA VER HOMILIAS ANTERIORES DE ANTONIO TROYA MAGALLANES, PULSAR »AQUÍ«
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