Guillermo Rovirosa falleció en Madrid el 27 de febrero de 1964. En 2014 se ha cumplido cincuenta años de su muerte. En la década de los ochenta, un teólogo amigo suyo hizo de él una semblanza, comparándolo, en cierta manera, con algunos conversos del pasado siglo como León Bloy, Edith Stein, García Morente, Paul Claudel, Giovani Papini, Tomás Merton, François Mauriac, por citar algunos, todos ellos fallecidos en el pasado siglo, y entre ellos, nombra a Rovirosa.
En efecto, en el año 1932, se encontraba en París por motivos de trabajo, y
según cuenta el mismo, paseaba distraído por la Rue de Naugirad, se encontró
con una gran muchedumbre en la entrada de la Iglesia de San José; movido por la
curiosidad -cuenta Rovirosa- pregunté qué ocurría y le dijeron que se
encontraba de visita el cardenal Verdier, arzobispo de París. Entré como pude, yo iba solamente para verle y
ya me habría dado por satisfecho. Pero
le oí en cosa de dos o tres minutos y lo que capté fue el siguiente concepto: “El cristiano es un especialista en Cristo
y, de la misma manera que el mejor oculista es el que más sabe de teoría y
práctica de ojos, así el mejor cristiano es que el más sabe de teoría y
práctica de Jesús”. Entonces, me di
cuenta de que de Jesús nada sabía, ni de teoría ni de práctica. Tras lecturas y más lecturas, me impresionó
una “Vida de Jesús” de François Mauriac, poco después de su
conversión. “Fue San Agustín” -escribe- “el
que abrió mis ojos”.
Hasta aquí la primera etapa de su conversión. Hay que tener en cuenta que el estuvo alejado de
la Iglesia durante muchos años, ya que se interesó por la teosofía, el
espiritismo y el estudio de otras religiones. En cierta ocasión, comentó que la Providencia
se había valido de las palabras del arzobispo de París para que entrara en su
cuerpo de estiércol la semilla de la Vida con mayúscula.
A finales de 1933 volvió a Madrid, donde practicó un mes de oración y
meditación en El Escorial, orientado
por el agustino P. Fariñas, y en la
Navidad de aquel mismo año, hizo lo que él llamó “su segunda primera comunión”.
Al llegar la guerra civil en 1936, le cogió trabajando como técnico en la
empresa “Rifa‑Anglada” y los obreros
lo eligieron presidente del comité obrero. Al terminar la contienda fue condenado a doce
años y un día, debido a la denuncia de un alto directivo de la empresa
catalana, al que perdonó. Sólo estuvo
tres meses recluido nueve meses en régimen abierto.
Promotor del apostolado especializado de la AC y primer militante de la HOAC, fue fundador del semanario “TÚ”,
con una tirada de cincuenta mil ejemplares,
que fue la bestia negra de los ministros de Franco. Inició los grupos obreros de estudios sociales
(GOES), que protagonizaron numerosos conflictos con la policía de la dictadura.
Rovirosa elaboró, además, el Plan
Cíclico para la formación de militantes, un verdadero monumento pedagógico y
doctrinal, que ha fraguado muchas generaciones de militantes obreros. Recordamos aquí el que inició en Montserrat,
donde vivió largas temporadas. Alentó la
publicación del Boletín de la HOAC, luego, transformado en la actual “Noticias
Obreras”. Sería interminable, ni
siquiera en un resumen, relatar el resto de aquella vida entregada totalmente a
su fe y a su ideal hasta su muerte. He
aquí, pues, la obra y el ejemplo del que fue, juntamente con Tomás
Malagón, uno de los que más y mejor ha orientado e impulsado la
pastoral obrera en España.
Es el momento de una oración y un
recuerdo a los cincuenta años de su muerte del gran militante al que tuve la
dicha de conocer en persona y asistir a sus cursillos, que tanto bien me
hicieron a mí y a mis compañeros de Cádiz.
Francisco Medina Domínguez,
militante de la HOAC.
militante de la HOAC.