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CON MISERICORDIA Y COMPASIÓN.


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miércoles, 6 de marzo de 2019

CUARESMA 2019: «CONVERTÍOS A MÍ DE TODO CORAZÓN»



Querida familia,

Con el miércoles de Ceniza, hemos comenzamos el camino de Cuaresma con toda la Iglesia.

Cuaresma, tiempo de conversión, de ir despojándonos de tantas cosas que nos alejan de los valores del Reino y de abrirnos a la voluntad de Dios, dejándonos inundar por su inmensa misericordia.

Pues, echemos a andar hacia la Pascua”.

Un abrazo en Cristo Obrero y ¡Hasta mañana en el altar!


Mª Carmen Perea
Responsable de Organización
y Vida comunitaria





CONVERTÍOS A MÍ DE TODO CORAZÓN
Cuaresma 2019.

El profeta Joel (2, 12) pone en boca de Dios esa invitación a la conversión, para volver a encontrarnos con el Dios compasivo y misericordioso; una invitación que resuena nuevamente en la súplica que nos llega de parte de Pablo (2Cor 5, 20): Por el Mesías os suplicamos: Dejaos reconciliar con Dios. Toda nuestra vida, y más este tiempo de Cuaresma, es tiempo favorable para sentir que el Señor nos escucha… si queremos volver a él.

Con esa invitación que acogemos el miércoles de Ceniza, nos disponemos a emprender este camino de Cuaresma, para llegar al final a experimentar en nuestras vidas y en la vida del mundo obrero la realización de la profecía de Isaías (43,19): mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo.

Para llegar a descubrir lo nuevo, lo que está brotando, tenemos que abrir los ojos, reconocer nuestro pecado, dolernos, empezar a vivir con una “mística de ojos abiertos” que nos haga capaces de percibir que, en medio de la evidencia, de la dura realidad que parece imponerse, está la presencia de Dios que nos ofrece reconciliación, y que alienta la esperanza en un futuro de humanidad cumpliendo su promesa.


Un camino de conversión.

La primera condición es la experiencia de nuestro pecado y nuestra indigencia. ¿A dónde nos lleva esta manera de vivir; a dónde mis prácticas cotidianas? ¿Hacia dónde nos conduce, y de quién nos separa? ¿Qué aporta a la  deshumanización de nuestra vida y de la vida de los pobres? ¿Qué consume de la comunión? Es nuestro examen de conciencia que nos desvela que nuestro mundo ha perdido –y nosotros con él muchas veces- esta conciencia de pecado, porque ha perdido la capacidad de amar. Nos desvela que también nos pasa a nosotros. Perdemos esa conciencia, pero sigue existiendo el pecado, el mal, la injusticia… y, sobre todo, no desaparecen sus consecuencias.

Y la segunda condición, inseparable, es la de dolernos. Dolor de nuestros  pecados; de los personales, y de los estructurales; de los míos propios y de los de mi Iglesia. Dolernos del sufrimiento de tantas personas y tomar conciencia de nuestra responsabilidad, de la parte que nos toca en el dolor del mundo obrero, en la degradación de nuestra humanidad y de la casa común. Ese dolor es el único capaz de abrirnos los ojos, y tocarnos el corazón. Es el único capaz de hacernos sentir la necesidad de conversión y empujarnos a emprender el camino de vuelta a la casa del Padre (Lc 15, 18) sabiendo que solo en ella –solo en el amor- encontramos la capacidad de amar que restaura nuestra humanidad.

La persona que ve las cosas como son realmente, se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz. Consolada por Jesús puede atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y descubrir que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás. Es la persona que siente que el otro es carne de su carne; que el otro es Cristo para mí, y que yo tengo que hacerme Cristo para él.

Sentir el consuelo de Jesús nos empuja a vivir con ese propósito de enmienda que hace fructífero el encuentro del perdón porque nos pone en camino de conversión a Dios y a los pobres del mundo obrero.


Un camino de comunión.

Por ser camino de conversión este tiempo de cuaresma es, también, tiempo de comunión. Porque nadie se salva solo (GE 6). Es tiempo de convertir nuestras prácticas concretas y cotidianas en la concepción del dinero y en el uso de nuestros bienes hacia la comunión de bienes; tiempo de convertir mis tendencias egoístas. Tiempo de convertir mi yo, para ir pasando al nosotros, a la comunión de vida; tiempo para redescubrir el valor de la vida entregada para que otros puedan vivir, y para acoger con ternura y misericordia, humildemente, a los demás. Tiempo para ir dejando que –sacrificados por amor- mis planes y proyectos estén al servicio del quehacer, de la misión comunitaria, que no es otra que anunciar la liberación de Jesucristo en el mundo obrero.


"La creación expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios" (Rom 8,19)

En su Mensaje para la Cuaresma 2019, el papa Francisco nos recuerda que recorrer este camino de conversión que lleva a la comunión, nos hace ser conformes a Cristo, y que este parecernos a Cristo es un don inestimable de la misericordia de Dios. En la medida en que no vivimos como hijos de Dios nuestro estilo de vida viola los límites que nuestra condición humana y la naturaleza nos piden respetar. Si no vivimos en el horizonte de la Resurrección la lógica del todo y ya, del tener cada vez más, acaba por imponerse. Cuando se abandona la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil, como decía hace tiempo Rovirosa.

La creación tiene necesidad de que se manifiesten los hijos de Dios. El mundo obrero tiene necesidad de hijos e hijas de Dios que sean testigos de fraternidad. Por eso emprendemos este camino, para restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el ayuno, la oración y la limosna:

Ayuno, o sea, aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas; pasar de la tentación de devorarlo todo, a la capacidad de sufrir por amor.

Oración, para saber renunciar a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y su misericordia.

Limosna, para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece.

En definitiva, se trata de vivir esta Cuaresma la pobreza, la humildad y el sacrificio. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en nuestro corazón: es decir, amarle, amar a nuestros hermanos y hermanas, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.

Empezaremos en el desierto para hacer que se vaya transformando, por la fuerza del Espíritu, en el jardín de la comunión.


LA COMISIÓN PERMANENTE



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