SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
(01 de noviembre de 2021)
Introducción: Todos los Santos.
¿Quiénes son los santos?. Los que habitan con Dios en el cielo. Pero, ¿podríamos penetrar siquiera sea un poco que es eso del cielo?. San Juan en la segunda lectura nos ha querido dar un camino para llegar. Nos dice que por el amor que Dios nos tiene nos ha hecho hijos, pero en seguida aclara que ahora no somos reconocidos como tales. Y afirma tajantemente que un día, cuando veamos a Dios cara a cara, se descubrirá ante todos que ¡somos semejantes a Él!. Luego estar en el cielo es antes que nada ser semejantes a Dios. ¿Habéis pensado la luz y la gloria que irradiaríamos si cada uno de nosotros es semejante al Dios vivo?. Y, ¿qué felicidad no sentiríamos dentro de nosotros si esa felicidad se parece, al menos, a la que experimenta el Dios Altísimo?. Pues ya podéis prepararos para vivirlo, porque sois vosotros, los hijos de Dios, quienes habéis sido llamados a compartir su gloria y su felicidad.
1. La multitud de los salvados que a una alaban al Dios trino.
Hablamos de hijos, pero Dios sólo tiene un Hijo, y ése sí que comparte su gloria desde toda la eternidad. Pero ese Hijo ha querido ofrecer su vida al Padre para que nosotros, pecadores, fuésemos hecho también como Él, hijos de Dios y hermanos suyos; y el Padre la ha aceptado gustosamente porque nos ha amado desde toda la eternidad, y la desobediencia de los hombres no agotó ese amor, aunque sí la posibilidad de que nosotros participáramos de su felicidad; la oblación de su Unigénito restableció las cosas dejándolas como fueron en un principio. Por la fe y el bautismo –en la Iglesia– fuimos lavados con la sangre de Cristo y restituidos, por tanto, a la dignidad de hijos. Y ese bautismo es el que nos ha hecho miembros de Cristo, porque la realidad “Cristo” no se acaba en su naturaleza humana unida a la divinidad, sino que se extiende a todos cuantos por el bautismo fuimos hecho miembros de la Iglesia y, por tanto, miembros de Cristo. Eso tampoco es ahora visible, pero después de nuestro paso por este mundo nos veremos atados a Cristo como los miembros del cuerpo se atan todos a un mismo cuerpo con lo que estaremos capacitados para amar a Dios con un amor indecible, con el que también nos amaremos unos a otros. En definitiva, seremos una misma cosa con Dios.
2. Una muchedumbre inmensa que nadie podía contar.
Esta es la realidad que viven los que llamamos santos, que no son solamente quienes han sido reconocidos oficialmente por la Iglesia, sino otros muchísimos que durante su vida terrena amaron a Dios y al prójimo, no de palabra, sino de obra, y han sido acogidos en su muerte por la imponderable misericordia del Padre, de nuestro Padre Dios, que en su benignidad acepta la eficaz intercesión de su Unigénito. Éstos son los que veneramos hoy, sin olvidarnos de otros, no escasos, que todavía viven en la tierra, pero están ya destinados por su vida a ocupar un lugar en compañía de los ya salvados. ¡Qué fiesta tan grande, tan hermosa!. En la liturgia de hoy escuchamos también la receta para la santidad ¡para el cielo!. Son las bienaventuranzas que no sólo se dirigen a los pobres y sufridos, sino también a los que trabajan por mitigar la pobreza y el sufrimiento de modo que con la colaboración de todos, este mundo llegue a ser el Reino de Dios. Un mundo en el que todos puedan vivir como hijos de Dios y todos, unos a otros, respetemos la inmensa dignidad con que Dios nos ha enriquecido al hacernos a su imagen y semejanza y destinándonos desde la creación a gozar por siempre de su compañía: destino que perdimos por la desobediencia, pero que nos fue restituido por una obediencia mucho más valiosa, la del Hijo único encarnado, que obedeció al Padre hasta entregar su vida entre terribles tormentos por la salvación de los siervos.
Conclusión: La Eucaristía, avance del cielo.
Ahora vamos a vivir por unos momentos el cielo en la tierra: Jesús va a borrar en esta Eucaristía nuestros pecados con su sangre, el Padre bajará para recibir el ofrecimiento de su Hijo, y el Espíritu Santo, que convertirá el pan de nuestra mesa en su cuerpo nos unirá a Jesús y con Él, unos con otros, formando con Él un solo cuerpo.
¿Quiénes son los santos?. Los que habitan con Dios en el cielo. Pero, ¿podríamos penetrar siquiera sea un poco que es eso del cielo?. San Juan en la segunda lectura nos ha querido dar un camino para llegar. Nos dice que por el amor que Dios nos tiene nos ha hecho hijos, pero en seguida aclara que ahora no somos reconocidos como tales. Y afirma tajantemente que un día, cuando veamos a Dios cara a cara, se descubrirá ante todos que ¡somos semejantes a Él!. Luego estar en el cielo es antes que nada ser semejantes a Dios. ¿Habéis pensado la luz y la gloria que irradiaríamos si cada uno de nosotros es semejante al Dios vivo?. Y, ¿qué felicidad no sentiríamos dentro de nosotros si esa felicidad se parece, al menos, a la que experimenta el Dios Altísimo?. Pues ya podéis prepararos para vivirlo, porque sois vosotros, los hijos de Dios, quienes habéis sido llamados a compartir su gloria y su felicidad.
1. La multitud de los salvados que a una alaban al Dios trino.
Hablamos de hijos, pero Dios sólo tiene un Hijo, y ése sí que comparte su gloria desde toda la eternidad. Pero ese Hijo ha querido ofrecer su vida al Padre para que nosotros, pecadores, fuésemos hecho también como Él, hijos de Dios y hermanos suyos; y el Padre la ha aceptado gustosamente porque nos ha amado desde toda la eternidad, y la desobediencia de los hombres no agotó ese amor, aunque sí la posibilidad de que nosotros participáramos de su felicidad; la oblación de su Unigénito restableció las cosas dejándolas como fueron en un principio. Por la fe y el bautismo –en la Iglesia– fuimos lavados con la sangre de Cristo y restituidos, por tanto, a la dignidad de hijos. Y ese bautismo es el que nos ha hecho miembros de Cristo, porque la realidad “Cristo” no se acaba en su naturaleza humana unida a la divinidad, sino que se extiende a todos cuantos por el bautismo fuimos hecho miembros de la Iglesia y, por tanto, miembros de Cristo. Eso tampoco es ahora visible, pero después de nuestro paso por este mundo nos veremos atados a Cristo como los miembros del cuerpo se atan todos a un mismo cuerpo con lo que estaremos capacitados para amar a Dios con un amor indecible, con el que también nos amaremos unos a otros. En definitiva, seremos una misma cosa con Dios.
2. Una muchedumbre inmensa que nadie podía contar.
Esta es la realidad que viven los que llamamos santos, que no son solamente quienes han sido reconocidos oficialmente por la Iglesia, sino otros muchísimos que durante su vida terrena amaron a Dios y al prójimo, no de palabra, sino de obra, y han sido acogidos en su muerte por la imponderable misericordia del Padre, de nuestro Padre Dios, que en su benignidad acepta la eficaz intercesión de su Unigénito. Éstos son los que veneramos hoy, sin olvidarnos de otros, no escasos, que todavía viven en la tierra, pero están ya destinados por su vida a ocupar un lugar en compañía de los ya salvados. ¡Qué fiesta tan grande, tan hermosa!. En la liturgia de hoy escuchamos también la receta para la santidad ¡para el cielo!. Son las bienaventuranzas que no sólo se dirigen a los pobres y sufridos, sino también a los que trabajan por mitigar la pobreza y el sufrimiento de modo que con la colaboración de todos, este mundo llegue a ser el Reino de Dios. Un mundo en el que todos puedan vivir como hijos de Dios y todos, unos a otros, respetemos la inmensa dignidad con que Dios nos ha enriquecido al hacernos a su imagen y semejanza y destinándonos desde la creación a gozar por siempre de su compañía: destino que perdimos por la desobediencia, pero que nos fue restituido por una obediencia mucho más valiosa, la del Hijo único encarnado, que obedeció al Padre hasta entregar su vida entre terribles tormentos por la salvación de los siervos.
Conclusión: La Eucaristía, avance del cielo.
Ahora vamos a vivir por unos momentos el cielo en la tierra: Jesús va a borrar en esta Eucaristía nuestros pecados con su sangre, el Padre bajará para recibir el ofrecimiento de su Hijo, y el Espíritu Santo, que convertirá el pan de nuestra mesa en su cuerpo nos unirá a Jesús y con Él, unos con otros, formando con Él un solo cuerpo.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
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Antonio Troya Magallanes, su perfil como sacerdote a través de sus homilías:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6299157.pdf
Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
https://www.puertorealhoy.es/antonio-troya-maruja-mey-seran-nombrados-nuevos-hijos-adoptivos-puerto-real
Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
http://www.obispadocadizyceuta.es/wp-content/uploads/2003/07/BOO2541-Julio-Agosto-2003.pdf
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Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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