VIERNES SANTO EN LA MUERTE
DEL SEÑOR (2 de abril de 2021)
Introducción: La presentación de Jesús.
Aunque los cuatro evangelistas narran la pasión de Jesús coincidiendo en casi todos los detalles, no hay duda de que cada uno la ve desde un punto de vista diferente. Hoy nos ha tocado escuchar la narración de san Juan. El apóstol amado ve a Jesús como el Dios encarnado que ofrece su vida por la salvación del mundo. Tiene una humanidad que ofrecer, pero es Dios verdadero. Ya aparece en la extraña narración del prendimiento: No es la patrulla pilotada por Judas Iscariote la que se adelanta a prenderlo; es Jesús quien le sale al paso, preguntando: ¿A quién buscáis? A lo que ellos responden: A Jesús Nazareno. Y Él contesta: YO SOY (“Yo soy” en arameo es el nombre de Dios, Yavé). Y ante ese nombre los que vienen a prenderlo retroceden y caen en tierra: Es como si adivinaran en Jesús su divinidad y le prestaran acatamiento. Difícilmente esta narración corresponde a la historia, más bien al deseo de Juan de presentar desde el principio a Jesús como el Dios verdadero.
1. La actitud de Jesús ante el juicio.
Es admirable la dignidad con que se comporta en los interrogatorios. Tanto al sumo sacerdote como a Pilatos le responde con una nueva pregunta y a éste le deja claro que su autoridad la recibe de Dios. El silencio que admira al gobernador es una expresión clara de que acepta la condena como voluntad del Padre y que no quiere inmiscuirse en la farsa que están montando para justificarla. Juan además narra la coronación de espinas como una verdadera coronación de un rey; omite los elementos dolorosos que narran los otros evangelistas y deja en primer término la pleitesía que le rinden los soldados. Y muy curioso resulta que Pilatos, cuando oye que los judíos lo condenan porque se ha declarado hijo de Dios «se asustó aún más». Sin duda estaba ya impresionado por la actitud de Jesús y por sus palabras y con esta acusación parece querer entrar en lo misterioso de la persona de Jesús y le interroga para saber de dónde viene. Jesús siempre aparece dominando la situación y como el director de escena.
2. Una pasión que redime.
Esto no quiere decir que la pasión de Jesús según san Juan no impresione por la dureza con que tratan a un reo cuyo final ya se adivina que es la condena a muerte y muerte de cruz. Pero Él la asume como liberación del hombre condenado a muerte por su desobediencia a Dios. Lo expresa así en los últimos momentos de su vida cuando antes de morir exclama: «Está cumplido». Lo que está cumplido es la misión que le ha encomendado el Padre de regenerar a los caídos para que vuelvan a poder aspirar al propósito para el que fueron creados: vivir eternamente sumergidos en la Trinidad de Dios participando de su gloria. Y esta misión llevaba consigo el ofrecer en satisfacción el cuerpo que recibió de una Virgen en el altar de la cruz para reparar el desvarío de una humanidad rebelde a su creador. ¿Cómo podremos agradecer al Hijo de Dios el que se haya querido someter a tantos y tan grandes dolores para rescatar a un hombre perdido por el pecado? Adoremos la cruz desde la que reinó Dios para devolvernos la vida.
Conclusión: Adoración y propósito.
Y al adorarla hagamos el propósito de empeñar nuestras vidas, para que, uniéndonos a la pasión del Hijo amado, podamos conseguir que la salvación que encierra la cruz se extienda a todos los hombres de nuestro mundo, sin que ninguno deje de beneficiarse del amor con el que El Señor Jesús la padeció.
Aunque los cuatro evangelistas narran la pasión de Jesús coincidiendo en casi todos los detalles, no hay duda de que cada uno la ve desde un punto de vista diferente. Hoy nos ha tocado escuchar la narración de san Juan. El apóstol amado ve a Jesús como el Dios encarnado que ofrece su vida por la salvación del mundo. Tiene una humanidad que ofrecer, pero es Dios verdadero. Ya aparece en la extraña narración del prendimiento: No es la patrulla pilotada por Judas Iscariote la que se adelanta a prenderlo; es Jesús quien le sale al paso, preguntando: ¿A quién buscáis? A lo que ellos responden: A Jesús Nazareno. Y Él contesta: YO SOY (“Yo soy” en arameo es el nombre de Dios, Yavé). Y ante ese nombre los que vienen a prenderlo retroceden y caen en tierra: Es como si adivinaran en Jesús su divinidad y le prestaran acatamiento. Difícilmente esta narración corresponde a la historia, más bien al deseo de Juan de presentar desde el principio a Jesús como el Dios verdadero.
1. La actitud de Jesús ante el juicio.
Es admirable la dignidad con que se comporta en los interrogatorios. Tanto al sumo sacerdote como a Pilatos le responde con una nueva pregunta y a éste le deja claro que su autoridad la recibe de Dios. El silencio que admira al gobernador es una expresión clara de que acepta la condena como voluntad del Padre y que no quiere inmiscuirse en la farsa que están montando para justificarla. Juan además narra la coronación de espinas como una verdadera coronación de un rey; omite los elementos dolorosos que narran los otros evangelistas y deja en primer término la pleitesía que le rinden los soldados. Y muy curioso resulta que Pilatos, cuando oye que los judíos lo condenan porque se ha declarado hijo de Dios «se asustó aún más». Sin duda estaba ya impresionado por la actitud de Jesús y por sus palabras y con esta acusación parece querer entrar en lo misterioso de la persona de Jesús y le interroga para saber de dónde viene. Jesús siempre aparece dominando la situación y como el director de escena.
2. Una pasión que redime.
Esto no quiere decir que la pasión de Jesús según san Juan no impresione por la dureza con que tratan a un reo cuyo final ya se adivina que es la condena a muerte y muerte de cruz. Pero Él la asume como liberación del hombre condenado a muerte por su desobediencia a Dios. Lo expresa así en los últimos momentos de su vida cuando antes de morir exclama: «Está cumplido». Lo que está cumplido es la misión que le ha encomendado el Padre de regenerar a los caídos para que vuelvan a poder aspirar al propósito para el que fueron creados: vivir eternamente sumergidos en la Trinidad de Dios participando de su gloria. Y esta misión llevaba consigo el ofrecer en satisfacción el cuerpo que recibió de una Virgen en el altar de la cruz para reparar el desvarío de una humanidad rebelde a su creador. ¿Cómo podremos agradecer al Hijo de Dios el que se haya querido someter a tantos y tan grandes dolores para rescatar a un hombre perdido por el pecado? Adoremos la cruz desde la que reinó Dios para devolvernos la vida.
Conclusión: Adoración y propósito.
Y al adorarla hagamos el propósito de empeñar nuestras vidas, para que, uniéndonos a la pasión del Hijo amado, podamos conseguir que la salvación que encierra la cruz se extienda a todos los hombres de nuestro mundo, sin que ninguno deje de beneficiarse del amor con el que El Señor Jesús la padeció.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
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Antonio Troya Magallanes, su perfil como sacerdote a través de sus homilías:
Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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