Una aventura terriblemente seria: El lenguaje, además de explicar, puede crear y destruir.
Uno de los aciertos de este ensayo sobre historia de la filosofía es, justamente, el lenguaje claro y sencillo que el autor emplea. En vez de usar la tradicional terminología abstracta, conceptual y oscura de los teóricos del pensamiento, de los lingüistas y de los literatos, Nikhil Krishnan, un indú que estudia y se doctora en Filosofía en la universidad de Oxford, nos cuenta de manera amena las discusiones de doce profesores sobre sus concepciones de los métodos lingüísticos apropiados para plantear y para resolver los problemas filosóficos tradicionales. Tengamos en cuenta, además, que esta manera de hablar sobre los asuntos filosófico –esos que tienen que ver con nuestras vidas y con nuestros comportamientos morales, sociales y políticos- tienen su precedente clásico en el “método socrático”, ya descrito por Platón en sus Diálogos, en los que dos interlocutores conversan y discuten en busca de la verdad.
Partiendo de la convicción de que el comienzo, la senda y el destino de la reflexión filosófica es la discusión, el debate, la controversia e, incluso, el cuestionamiento de las propias propuestas, este método de “filosofía lingüística” o “analítica” pone de manifiesto la importancia decisiva del lenguaje en la construcción del pensamiento y, por lo tanto, de la vida humana individual y colectiva. Fue -y sigue siendo a mi juicio- una manera diferente y válida para plantear y para resolver los problemas filosóficos tradicionales sin necesidad de emplear la “jerga”, aquellas palabras sutiles, abstractas, etéreas y opacas que, a veces, a la mayoría de nosotros nos alejan del pensamiento filosófico, de la teoría literaria y de la reflexión sobre la vida real sobre los problemas que diariamente nos afectan y preocupan.
El autor explica cómo, por ejemplo, Gilbert Ryle (1900 – 1976), afirma que, para resolver los problemas tradicionales de la filosofía –y, por lo tanto, de la vida- es indispensable usar un lenguaje transparente y encontrar la palabra acertada y, al mismo tiempo, sencilla y clara. Comenta también cómo Alfred Jules Ayer (1910 – 1989) defiende que la tarea de la filosofía consiste en “clarificar nuestras ideas”. Recuerda cómo Isaiah Berlin (1909 – 1997), quien asombraba a sus amigos por la forma de hablar, lo hacía “como quien toca un instrumento […], como suena una fuente”, y que daba la impresión de que hablaba por puro placer. También nos explica que ésta era la explicación de sus relaciones cordiales con su amigo Austin (1911 – 1960) –un realista temperamental- que detestaba y desconfiaba del lenguaje retórico vacío, de esa pretensión a la oscuridad que suele ser una manifestación de vanas ambiciones metafísicas.
Este acercamiento entre los pensamientos, las palabras y las vidas supone, a mi juicio, una aportación valiosa para orientar y para estimular nuestros deseos de conocer y de comprender la importancia decisiva del lenguaje en la sociedad, en la cultura, en la política, en los negocios y en nuestros comportamientos personales y familiares. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que Austin defiende que la filosofía del lenguaje forma parte de la filosofía de la acción y que, por lo tanto, posee unos contenidos estéticos, éticos, sociales y políticos porque, con las palabras, además de expresar ideas y de transmitir mensajes, construimos realidades sociales, económicas y estéticas. Fíjense en el valor que posee, por ejemplo, el dibujo de la firma, al final de cualquier documento, o la pronunciación de un simple “sí” en la celebración de la ceremonia matrimonial. de unas letras. Y es que, efectivamente, las palabras, además de “decir”, “hacen”: construyen o destruyen. En mi opinión, esta obra es amena a pesar de su profundidad, y actual, aunque se refiera a teorías del siglo pasado.
Partiendo de la convicción de que el comienzo, la senda y el destino de la reflexión filosófica es la discusión, el debate, la controversia e, incluso, el cuestionamiento de las propias propuestas, este método de “filosofía lingüística” o “analítica” pone de manifiesto la importancia decisiva del lenguaje en la construcción del pensamiento y, por lo tanto, de la vida humana individual y colectiva. Fue -y sigue siendo a mi juicio- una manera diferente y válida para plantear y para resolver los problemas filosóficos tradicionales sin necesidad de emplear la “jerga”, aquellas palabras sutiles, abstractas, etéreas y opacas que, a veces, a la mayoría de nosotros nos alejan del pensamiento filosófico, de la teoría literaria y de la reflexión sobre la vida real sobre los problemas que diariamente nos afectan y preocupan.
El autor explica cómo, por ejemplo, Gilbert Ryle (1900 – 1976), afirma que, para resolver los problemas tradicionales de la filosofía –y, por lo tanto, de la vida- es indispensable usar un lenguaje transparente y encontrar la palabra acertada y, al mismo tiempo, sencilla y clara. Comenta también cómo Alfred Jules Ayer (1910 – 1989) defiende que la tarea de la filosofía consiste en “clarificar nuestras ideas”. Recuerda cómo Isaiah Berlin (1909 – 1997), quien asombraba a sus amigos por la forma de hablar, lo hacía “como quien toca un instrumento […], como suena una fuente”, y que daba la impresión de que hablaba por puro placer. También nos explica que ésta era la explicación de sus relaciones cordiales con su amigo Austin (1911 – 1960) –un realista temperamental- que detestaba y desconfiaba del lenguaje retórico vacío, de esa pretensión a la oscuridad que suele ser una manifestación de vanas ambiciones metafísicas.
Este acercamiento entre los pensamientos, las palabras y las vidas supone, a mi juicio, una aportación valiosa para orientar y para estimular nuestros deseos de conocer y de comprender la importancia decisiva del lenguaje en la sociedad, en la cultura, en la política, en los negocios y en nuestros comportamientos personales y familiares. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que Austin defiende que la filosofía del lenguaje forma parte de la filosofía de la acción y que, por lo tanto, posee unos contenidos estéticos, éticos, sociales y políticos porque, con las palabras, además de expresar ideas y de transmitir mensajes, construimos realidades sociales, económicas y estéticas. Fíjense en el valor que posee, por ejemplo, el dibujo de la firma, al final de cualquier documento, o la pronunciación de un simple “sí” en la celebración de la ceremonia matrimonial. de unas letras. Y es que, efectivamente, las palabras, además de “decir”, “hacen”: construyen o destruyen. En mi opinión, esta obra es amena a pesar de su profundidad, y actual, aunque se refiera a teorías del siglo pasado.
[Nikhil Krishnan
Una aventura terriblemente seria.
La filosofía en Oxford de 1900 a 1960.
Paidós, Barcelona, 2023].
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo. Actualmente, nos envía también una reseña semanal sobre libros de pensamiento cristiano, evangelización, catequesis y teología. Con la intención, de informar, de manera clara y sencilla, de temas y de pensamientos actuales, que gustosamente publicamos en nuestro “blog”.
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