SOLEMNIDAD DE LOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO (29 de junio de 2021)
Pedro y Pablo son los dos pilares principales de la Iglesia. Aunque muy distintos entre sí: Pedro dedicó su actividad principalmente a los judíos y Pablo a los gentiles; sin embargo, tienen muchas cosas comunes que justifica que los veneremos en una sola festividad: los dos coincidieron en la capital del Imperio, ambos fueron ajusticiados en Roma, aunque a Pablo lo mataron a espada, como correspondía a un ciudadano romano y a Pedro lo crucificaron cabeza abajo, a petición propia por considerarse indigno de morir como su maestro. Los dos han sido venerados siempre como columnas básicas de la Iglesia de Jesús. A los dos vamos a encomendarle hoy la puesta al día de la Iglesia que está llevando a cabo el papa Francisco.
1. La confesión de fe de Pedro es la confesión de fe de toda la Iglesia.
A Pedro le debemos la primera confesión de la identidad de Jesús: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo», confesión que le valió el que Jesús lo designara como supremo Jefe de la Iglesia aún en ciernes y que después sería adoptada por ella como el núcleo fundamental de su fe; confesión por la que lucharía denodadamente hasta entregar su vida en el martirio; confesión que nosotros seguimos proclamando a voz en grito como aquello que creemos y que nos hace cristianos. Confesión que ha sido conservada escrupulosamente y defendida enérgicamente por todos los que han sucedido a Pedro en la cátedra romana. Lo que Pedro mantiene desde su privilegiada cátedra Pablo lo extiende a todo el mundo conocido predicando la Palabra y fundando iglesias en todos los países por donde pasaba, iglesias que después confortaba con sus maravillosas cartas, que no sólo han sido muy útiles a sus primeros destinatarios, sino a todos los seguidores de Jesús, que nos alimentamos de ellas y con su doctrina fortalecemos nuestra fe. Como él mismo dice a Timoteo (2ª lectura de hoy) ha combatido un gran combate y ha merecido una justa corona. Un combate que nos ofrece a nosotros como ejemplo y una corona de la que nos quiere hacer partícipes. No seríamos dignos de tales patronos si no imitáramos su vida en la medida que nos lo permita la gracia que Dios nos dé y la vocación a la que hemos sido llamados.
2. A imitación de las columnas seamos todos apóstoles de Jesús.
No tenemos que asustarnos ante esos gigantes del cristianismo, Pablo confiesa que el Señor le ayudó y le dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje. A nosotros no nos negará esa ayuda y esas fuerzas si nos ponemos seriamente a difundir el Evangelio de Jesús. Porque la cuestión es ponerse, hasta dónde vamos a llegar lo marcará el Señor. Pero lo cierto es que, si todos los bautizados nos ponemos a la obra el mundo entero en poco tiempo habrá escuchado la Palabra de Dios y bastantes se habrán convertido. Pero no pensemos que se nos va a pedir lo que a estos apóstoles; a nosotros puede que lo que se nos pida es que el boca a boca de cada día hablemos sin temor de Jesús y de la salvación que nos ha traído para llevar los hombres a la fe. Si a alguno le pide algo más no dude en darlo sabiendo que la gracia de Dios estará en ellos como en san Pablo para que salga bien parado en su empeño. Dios está siempre detrás de sus apóstoles.
Conclusión: Eucaristía y apostolado.
Y ya nos da donde fortalecernos: el pan de vida con que nos alimenta en la Eucaristía es fuerza no sólo para vivir la vida cristiana en plenitud, sino también para llevar el mensaje de salvación a quienes están a nuestro alrededor de manera que también ellos puedan llegar a la fe y salvarse.
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