
Serafín Bernal Márquez: «La enseñanza y la educación como servicio social»
Los gérmenes de las vocaciones profesionales, como ocurre con los rasgos anatómicos y psicológicos, están ocultos en los genes y empiezan a germinar en la más tierna infancia. No es extraño, por lo tanto, que los amigos y los compañeros de Serafín Bernal lo trataran, desde muy pequeño, como ese personaje que llegaría a ser un científico, un profesor y un investigador.
Con su pinta de sabio ensimismado y con su discreta timidez, es el arquetipo del hombre correcto y de trato cortés. Controlado emocional y físicamente, es a la vez abstraído y atento; tiene algo de esa cortesía retraída de los pensadores, una manera de suavizar con el tono de voz el volumen de las cosas que sabe y una forma de mitigar con los gestos la autoridad con la que puede decirlas.
Los que somos testigos de su entrega a la Universidad de Cádiz hemos experimentado una satisfacción compartida y sentimos una honda alegría al comprobar cómo, paso a paso, ha ido convirtiendo sus propósitos iniciales en una fecunda realidad vital. Serafín es un corredor de fondo que, tras un disciplinado entrenamiento, y respetando todas las reglas de juego, ha luchado para competir consigo mismo, poniendo a prueba las dotes intelectuales que lo acreditan como investigador y como un profesor.
Gracias a su generosa dedicación, nuestra Universidad y nuestra sociedad se han enriquecido con los resultados de los proyectos que él ha desarrollado en el sector alimentario o en la industria farmacéutica -como, por ejemplo, la eliminación de un residuo tan altamente contaminante como es el alpechín-, o con los procedimientos para la depuración de microorganismos capaces de degradar la materia orgánica.
La Facultad de Ciencias se ha nutrido con sus clases teóricas y prácticas; los profesores nos hemos sentido estimulados con sus reflexiones, con sus palabras y, también, con sus elocuentes silencios. Es posible que sus alumnos retengan en sus memorias, no sólo los amplios conocimientos científicos que él les ha proporcionado y su permanente preocupación didáctica, sino también, su actitud atenta, disponible y servicial.
Sus trabajos de investigación científica nos transmiten la serenidad de su mirada y la cordura de sus juicios que nos marcan el camino hacia el conocimiento y hacia la sabiduría, hacia las claves que nos ayudan a ordenar y a clasificar esta alocada y desigual abundancia de información, esta excesiva cantidad de bienes mal repartidos, este caos de un mundo que nos conduce hacia el malestar y hacia la irritación de unos, y hacia el bostezo y hacia el aburrimiento de otros.
Concienzudo y tenaz, Serafín Bernal es un buscador de procedimientos técnicos y un indagador de sentidos, un investigador que, desde las claves que le proporciona la Química, trata de explorar, de iluminar y de tomar conciencia del profundo sentido humano, para desvelar sus misterios, para señalar caminos inéditos, métodos nuevos y vías despejadas hacia una progresiva elevación de la calidad de la vida humana.
Sus trabajos nos enriquecen con su labor académica, con sus propuestas humanistas, con esa escuela que él ha creado, y, sobre todo, con su imagen diáfana de hombre cabal. La clave de la serenidad que transmite el rostro despejado de Serafín estriba en su realismo, en su sencillez y en su laboriosidad. En estos tres rasgos tan humanos reside también el secreto del equilibrio que caracteriza a sus juicios ponderados. Incansable trabajador, no ha necesitado encaramarse en peanas para creerse más alto ni colocarse galones para tratar de convencernos de estar en posesión de unos títulos que siempre son engañosos: nunca le han preocupado esos símbolos que, como todos sabemos, son burdas trampas que muchos se han inventado para vestir inútilmente el vacío existencial y para alimentar la insaciable vanidad humana.
Con su pinta de sabio ensimismado y con su discreta timidez, es el arquetipo del hombre correcto y de trato cortés. Controlado emocional y físicamente, es a la vez abstraído y atento; tiene algo de esa cortesía retraída de los pensadores, una manera de suavizar con el tono de voz el volumen de las cosas que sabe y una forma de mitigar con los gestos la autoridad con la que puede decirlas.
Los que somos testigos de su entrega a la Universidad de Cádiz hemos experimentado una satisfacción compartida y sentimos una honda alegría al comprobar cómo, paso a paso, ha ido convirtiendo sus propósitos iniciales en una fecunda realidad vital. Serafín es un corredor de fondo que, tras un disciplinado entrenamiento, y respetando todas las reglas de juego, ha luchado para competir consigo mismo, poniendo a prueba las dotes intelectuales que lo acreditan como investigador y como un profesor.
Gracias a su generosa dedicación, nuestra Universidad y nuestra sociedad se han enriquecido con los resultados de los proyectos que él ha desarrollado en el sector alimentario o en la industria farmacéutica -como, por ejemplo, la eliminación de un residuo tan altamente contaminante como es el alpechín-, o con los procedimientos para la depuración de microorganismos capaces de degradar la materia orgánica.
La Facultad de Ciencias se ha nutrido con sus clases teóricas y prácticas; los profesores nos hemos sentido estimulados con sus reflexiones, con sus palabras y, también, con sus elocuentes silencios. Es posible que sus alumnos retengan en sus memorias, no sólo los amplios conocimientos científicos que él les ha proporcionado y su permanente preocupación didáctica, sino también, su actitud atenta, disponible y servicial.
Sus trabajos de investigación científica nos transmiten la serenidad de su mirada y la cordura de sus juicios que nos marcan el camino hacia el conocimiento y hacia la sabiduría, hacia las claves que nos ayudan a ordenar y a clasificar esta alocada y desigual abundancia de información, esta excesiva cantidad de bienes mal repartidos, este caos de un mundo que nos conduce hacia el malestar y hacia la irritación de unos, y hacia el bostezo y hacia el aburrimiento de otros.
Concienzudo y tenaz, Serafín Bernal es un buscador de procedimientos técnicos y un indagador de sentidos, un investigador que, desde las claves que le proporciona la Química, trata de explorar, de iluminar y de tomar conciencia del profundo sentido humano, para desvelar sus misterios, para señalar caminos inéditos, métodos nuevos y vías despejadas hacia una progresiva elevación de la calidad de la vida humana.
Sus trabajos nos enriquecen con su labor académica, con sus propuestas humanistas, con esa escuela que él ha creado, y, sobre todo, con su imagen diáfana de hombre cabal. La clave de la serenidad que transmite el rostro despejado de Serafín estriba en su realismo, en su sencillez y en su laboriosidad. En estos tres rasgos tan humanos reside también el secreto del equilibrio que caracteriza a sus juicios ponderados. Incansable trabajador, no ha necesitado encaramarse en peanas para creerse más alto ni colocarse galones para tratar de convencernos de estar en posesión de unos títulos que siempre son engañosos: nunca le han preocupado esos símbolos que, como todos sabemos, son burdas trampas que muchos se han inventado para vestir inútilmente el vacío existencial y para alimentar la insaciable vanidad humana.

José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo. Nos suele enviar también una reseña semanal sobre libros de pensamiento cristiano, evangelización, catequesis y teología. Con la intención, de informar, de manera clara y sencilla, de temas y de pensamientos actuales, que gustosamente publicamos en nuestro “blog”.
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