SAN JOSÉ OBRERO
OBISPO Carta Pastoral del obispo de Cádiz y Ceuta con motivo de la festividad de San José Obrero, 1 de mayo.
Queridos hermanos,
El trabajo es una dimensión fundamental de la existencia humana de perenne actualidad que exige, sobre todo para los cristianos, una renovada atención y un decidido testimonio. Continuamente surgen nuevos interrogantes y problemas y nacen nuevas esperanzas, pero afloran también temores y amenazas relacionadas con el. En la celebración de San José Obrero, el día 1 de mayo, se nos ofrece una oportunidad para actualizar nuestra fe y nuestro compromiso.
El sufrimiento de los millones de parados de nuestra sociedad, muchos de ellos en trágicas situaciones por faltarles el subsidio de desempleo, y miles de jóvenes sin esperanza de empleo, o los adultos que nunca llegaron a trabajar, o quienes son víctimas de trabajos inhumanos o viven explotados, nos obligan a orar y comprometernos más por ellos y a recordar el Evangelio de Cristo que nos enseña a ver la imagen de Dios en cada uno y a buscar caminos nuevos para un mundo más justo y fraterno.
La vida del hombre está hecha cada día a base de trabajo. En el se juega la propia dignidad específica, al tiempo que contiene la medida incesante de la fatiga humana, y del sufrimiento. También constatamos en la vida laboral el dolor y las injusticias que invaden profundamente la vida social dentro de cada nación y a escala internacional.
Es verdad que el hombre se nutre con el pan del trabajo de sus manos, pero no sólo de ese pan de cada día que mantiene vivo su cuerpo, sino que también necesita del pan de la ciencia y del progreso, de la civilización y de la cultura. Ese pan que consigue con el sudor de su frente no sólo supone el esfuerzo y la fatiga personales, sino también las tensiones, conflictos y crisis que, en relación con la realidad del trabajo, trastocan la vida de cada sociedad y aun de toda la humanidad.
No podemos conformarnos, por esto, sólo con discursos sobre la dignidad del trabajo sino que con el papa Francisco quisiéramos más todavía, que nuestro deseo llegara más alto. Porque no se trata tan sólo de asegurar a todos la comida, o un «decoroso sustento», sino de que todos tengan prosperidad sin exceptuar bien alguno. Esto implica educación, acceso al cuidado de la salud pero, sin duda, especialmente tener trabajo, porque en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida. El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que están destinados al uso común.
Debemos interpelar a nuestra comunidad cristiana. Cuando san Pablo se acercó a los Apóstoles de Jerusalén para discernir «si corría o había corrido en vano» (Ga 2,2), el criterio clave de autenticidad que le indicaron fue que no se olvidara de los pobres (cf. Ga 2,10). Este gran criterio para que las comunidades cristianas no se dejaran devorar por el estilo de vida individualista de los paganos, tiene una gran actualidad en el contexto presente, donde tiende a desarrollarse un nuevo paganismo individualista. La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser manifestada por nosotros adecuadamente. No obstante hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, nuestra preocupación por aquellos que la sociedad descarta y desecha. Hoy para la gran máquina de la economía neoliberal los últimos son los trabajadores poco productivos por su edad, por su condición de madre o padre, o simplemente por ser considerados un número más que se puede sacrificar por la supuesta e inevitable reducción de costes de producción u otras causas.
Estas cuestiones nos tienen que hacer pensar a cada uno personalmente pues a veces nos hacemos duros de corazón y de mente, y nos olvidamos, nos entretenemos, o nos extasiamos con las inmensas posibilidades del consumo y de distracción que ofrece esta sociedad. Se produce así una especie de alienación que nos afecta a todos. Ciertamente si está alienada una sociedad en sus formas de organización social, de producción y de consumo, se hace más difícil la realización de esta donación y el desarrollo de esa solidaridad humana. Nos jugamos mucho en ello.
En mis visitas por las parroquias escucho las situaciones laborales tan duras que muchos de vosotros tenéis que afrontar. El Señor está con vosotros, no dejéis de confiar, de luchar, de buscar apoyo. La situación es grave y está en juego la paz social que no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de unos sobre otros. Es necesario reivindicar con voz profética la dignidad de la persona humana, los derechos humanos y el bien común. Rechacemos las actitudes insolidarias y egoístas que no asumen riesgos por asegurarse más beneficios y defendamos unas condiciones laborales con la seguridad suficiente que permita a los jóvenes afrontar su futuro, formar una familia, tener hijos.
Pido a los responsables del mundo empresarial y laboral, a los políticos, que se sitúe siempre en el centro de las decisiones a la persona, a cada persona, que se mire, ante todo, su bien. Cada prójimo es Cristo mismo, el cual se identificó con cada hombre y mujer por su Encarnación. Es urgente no sólo refundar en el amor la vida social y económica, sino nuestra propia humanidad. Sólo desde una nueva concepción del hombre surgirá una manera adecuada de vivir el trabajo como un bien solidario y una oportunidad de colaborar con el plan del Creador, un bien del que ninguno podemos quedar privados pues el Señor de la viña nos ha llamado a todos a trabajar.
Prestemos especial atención a la justa distribución de los trabajos, al respeto a la mujer trabajadora, especialmente en su maternidad, a la conciliación familiar, a los inmigrantes y sus derechos laborales, reivindicados en tantas ocasiones, idénticos a los de cualquier otro ciudadano. Apoyemos toda iniciativa empresarial, el riesgo de los emprendedores y cuanto fomente el trabajo digno, y fomentemos la colaboración, la participación solidaria. Desterremos además toda interpretación ideológica o política sectaria de nuestras actividades evangelizadoras en el mundo del trabajo y dejemos que la caridad de Cristo nos urja a cambiar nosotros, los primeros, el estilo de nuestra vida, sobre todo cuando exigimos que otros cambien las suyas.
Quisiera que sintiésemos a Jesús, el trabajador de Nazaret con nosotros. Los militantes de los movimientos obreros tenéis la misión de hacerle presente, fortaleciendo vuestro compromiso, siempre reflejo del amor cristiano, con la oración, la eucaristía y la penitencia, que os haga fiel reflejo de Cristo, capaces de comprometeros por la justicia y de acercar con paciencia la misericordia de Dios a todos.
Que la mirada del Señor transforme la nuestra y que san José, el hombre santo y justo ante Dios, nos enseñe a trabajar con las manos bien asidas a la tierra y el corazón y la mirada puestas en el cielo.
Vuestro Obispo, que está con vosotros en el nombre del Señor,
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