Me permito insistir una vez más en que, para extirpar los brotes de maldad que contaminan la atmósfera de nuestra sociedad, los educadores, los sacerdotes, los agentes de pastoral y los profesionales de la comunicación deberíamos intervenir con mayor, claridad, rapidez y valentía. El bisturí afilado de la palabra clara, de las denuncias valientes y de las agudas críticas, constituye una herramienta necesaria para eliminar los tumores malignos, para restañar las heridas sangrantes y para recomponer los miembros dañados. Estas intervenciones quirúrgicas son necesarias y urgentes para limpiar un ambiente contaminado de un consumismo entontecedor y de una cobardía paralizante que favorece las malformaciones que corroen la vida de los ciudadanos y de las familias.
Parto del supuesto de que, por la cantidad y por la calidad de las ideas conocemos la valía humana de las personas: de las que carecen de ideas, de las que poseen malas ideas y de las que tienen buenas ideas. Pero a condición de que las buenas ideas cumplan su función explicándolas con nuestras vidas. Las ideas y los comportamientos coherentes son los motores de nuestro modo de estar presentes en el mundo, depuran el aire y, cuando son claros y oportunos, facilitan la construcción de baluartes éticos y de barreras espirituales que nos defienden de un ambiente social que, a veces, nos resulta irrespirable. En una sociedad que se ha acostumbrado a ver como normales la injusticia, la pobreza, la superstición, el paro, las desigualdades, la corrupción, el atropello, la falta de veracidad y el abuso de los medios de comunicación, ya no son suficientes las cataplasmas, el árnica ni lo paños calientes.
Parto del supuesto de que, por la cantidad y por la calidad de las ideas conocemos la valía humana de las personas: de las que carecen de ideas, de las que poseen malas ideas y de las que tienen buenas ideas. Pero a condición de que las buenas ideas cumplan su función explicándolas con nuestras vidas. Las ideas y los comportamientos coherentes son los motores de nuestro modo de estar presentes en el mundo, depuran el aire y, cuando son claros y oportunos, facilitan la construcción de baluartes éticos y de barreras espirituales que nos defienden de un ambiente social que, a veces, nos resulta irrespirable. En una sociedad que se ha acostumbrado a ver como normales la injusticia, la pobreza, la superstición, el paro, las desigualdades, la corrupción, el atropello, la falta de veracidad y el abuso de los medios de comunicación, ya no son suficientes las cataplasmas, el árnica ni lo paños calientes.
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente, sobre el sentido de la dignidad humana en «Hacia un nuevo humanismo».
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