En mi opinión, una de las enfermedades más graves que, en la actualidad, padecen la ciencia, la cultura, la economía y la política es esa excesiva especialización que nos conduce a la pérdida de la compresión adecuada de las raíces de los males éticos que padecemos los seres humanos, tanto si nos consideramos como individuos como si nos observamos como miembros de una sociedad. De la misma manera que, por ejemplo en Medicina, no se hace un diagnóstico correcto sin practicar análisis clínicos exhaustivos de las diferentes sustancias que componen el organismo, para conocer y para solucionar los problemas psicológicos y morales, familiares y sociales, es imprescindible que examinemos los múltiples factores patógenos que debilitan la “vivencia” y la “con-vivencia”.
Uno de los síntomas de la fragmentación enfermiza que padece nuestro mundo es la separación que sufren (en nuestra mente, en nuestra cultura y en nuestras actividades cotidianas), las diversas dimensiones que constituyen al ser humano y a la realidad social. Esta disgregación se manifiesta en la hipertrofia que tienden a alcanzar diversas parcelas que, segregadas, son consideradas como únicas y como excluyentes del resto de la realidad. La política, la economía, la ciencia, el arte y la cultura, en esta postmodernidad enfermiza, son algunas de esas dimensiones que se van hipertrofiando progresivamente. A veces recibimos la impresión de que los especialistas de cada uno de estos ámbitos sólo ven y actúan desde esa óptica propia que, con frecuencia, participa de los rasgos que definen a las “sectas”. Esta manera monocolor de interpretar la vida impide reconocer que la realidad humana es plural, compleja y poliédrica, y que, por lo tanto, cuando sólo se aborda desde una sola perspectiva, no nos explica ni nos realiza a los seres humanos, ni tampoco nos hace vivir plenamente la realidad.
En mi opinión, el punto común de partida de todas estas disciplinas debería ser el reconocimiento explícito de que hay valores superiores a los bienes políticos, económicos, científicos, artísticos o culturales (siendo todos estos necesarios). La persona y el amor-comunión, la justicia y la solidaridad son los valores que están -que deberían estar- siempre por encima de los demás.
Uno de los síntomas de la fragmentación enfermiza que padece nuestro mundo es la separación que sufren (en nuestra mente, en nuestra cultura y en nuestras actividades cotidianas), las diversas dimensiones que constituyen al ser humano y a la realidad social. Esta disgregación se manifiesta en la hipertrofia que tienden a alcanzar diversas parcelas que, segregadas, son consideradas como únicas y como excluyentes del resto de la realidad. La política, la economía, la ciencia, el arte y la cultura, en esta postmodernidad enfermiza, son algunas de esas dimensiones que se van hipertrofiando progresivamente. A veces recibimos la impresión de que los especialistas de cada uno de estos ámbitos sólo ven y actúan desde esa óptica propia que, con frecuencia, participa de los rasgos que definen a las “sectas”. Esta manera monocolor de interpretar la vida impide reconocer que la realidad humana es plural, compleja y poliédrica, y que, por lo tanto, cuando sólo se aborda desde una sola perspectiva, no nos explica ni nos realiza a los seres humanos, ni tampoco nos hace vivir plenamente la realidad.
En mi opinión, el punto común de partida de todas estas disciplinas debería ser el reconocimiento explícito de que hay valores superiores a los bienes políticos, económicos, científicos, artísticos o culturales (siendo todos estos necesarios). La persona y el amor-comunión, la justicia y la solidaridad son los valores que están -que deberían estar- siempre por encima de los demás.
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo.
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