«BODAS DE ORO SACERDOTALES de MANOLO GAITERO (1966-2016)», por José Antonio Hernández Guerrero
Al celebrar el cincuenta aniversario de la ordenación sacerdotal de Manolo Gaitero, no tengo más remedio que referirme a la manera de hablar, sin pelos en la lengua, el Papa Francisco. Este sacerdote bueno, sencillo, valiente y coherente, desde que inició su ministerio, también se atrevió a afirmar que "la caridad que deja al pobre como está no es suficiente", y que los creyentes tenían la obligación de exigir "justicia" y de encontrar el modo de que los pobres dejaran de serlo.
¿Recuerdan cómo, en sus homilías, levantaba el dedo acusador contra las instituciones políticas y contra la propia Iglesia a fin de que, como ahora afirma Francisco “nadie tenga necesidad de recurrir a un comedor de caridad, a un alojamiento por suerte, a un servicio de asistencia legal para ver reconocido su propio derecho a trabajar, a ser plenamente persona".
La autoridad de las denuncias de Manolo Gaitero siempre se ha apoyado en la coherencia con la que siempre evitó la tentación de caer en la “mundanidad espiritual” y se mantuvo próximo a los pobres, a los trabajadores y a los marginados. Durante estos cincuenta años y en los diferentes ministerios, evitó el permanente peligro de separar la fe de la vida despojándose del espíritu profético y reduciendo las tareas pastorales al ámbito físico de los templos. Por eso agudizó la mirada crítica y el discernimiento autocrítico.
Manolo Gaitero ha mostrado con sus comportamientos que, de la misma manera que no se puede ser bombero sin acercarse al fuego, médico sin acercarse a los enfermos ni profesor sin acercarse a los alumnos, no pueden llamarse cristianos quienes no se aproximan a los que sufren como consecuencia de las injustas desigualdades. Éste es el único criterio claro que, según Jesús de Nazaret, se aplica para definir la justicia y para premiar a los justos o, en otras palabras, para medir la fe y para reconocer a los cristianos aunque ni ellos mismos sepan que lo son: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros desde el comienzo del mundo”
Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era emigrante y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme. Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos emigrante, y te acogimos; o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mateo 25,36-40).
¿Recuerdan cómo, en sus homilías, levantaba el dedo acusador contra las instituciones políticas y contra la propia Iglesia a fin de que, como ahora afirma Francisco “nadie tenga necesidad de recurrir a un comedor de caridad, a un alojamiento por suerte, a un servicio de asistencia legal para ver reconocido su propio derecho a trabajar, a ser plenamente persona".
La autoridad de las denuncias de Manolo Gaitero siempre se ha apoyado en la coherencia con la que siempre evitó la tentación de caer en la “mundanidad espiritual” y se mantuvo próximo a los pobres, a los trabajadores y a los marginados. Durante estos cincuenta años y en los diferentes ministerios, evitó el permanente peligro de separar la fe de la vida despojándose del espíritu profético y reduciendo las tareas pastorales al ámbito físico de los templos. Por eso agudizó la mirada crítica y el discernimiento autocrítico.
Manolo Gaitero ha mostrado con sus comportamientos que, de la misma manera que no se puede ser bombero sin acercarse al fuego, médico sin acercarse a los enfermos ni profesor sin acercarse a los alumnos, no pueden llamarse cristianos quienes no se aproximan a los que sufren como consecuencia de las injustas desigualdades. Éste es el único criterio claro que, según Jesús de Nazaret, se aplica para definir la justicia y para premiar a los justos o, en otras palabras, para medir la fe y para reconocer a los cristianos aunque ni ellos mismos sepan que lo son: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros desde el comienzo del mundo”
Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era emigrante y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme. Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos emigrante, y te acogimos; o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mateo 25,36-40).
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