Una Iglesia que no comunica,
no es Iglesia
Para comprender el alcance de la afirmación tan categórica que sirve de enunciado a uno de los capítulos de este libro –“Una Iglesia que no comunica, no es Iglesia”–, me permito sugerir, sobre todo a los responsables de instituciones eclesiales y a los agentes de pastoral, que lean detenidamente todas sus páginas. Es posible que lleguen a la misma conclusión del autor: que la comunicación, la información y la opinión en y sobre la vida de la Iglesia y de los creyentes, y sobre sus relaciones con la sociedad afectan al núcleo de su naturaleza y a la sustancia de su misión.
La densidad de sus ideas, el rigor de sus análisis y la claridad en su lenguaje -a pesar de sus inevitables tecnicismos- nos ayuda a interpretar el fenómeno actual de la comunicación que, como tarea o como proyecto, en los ámbitos sociales, políticos y económicos, se ha convertido en la meta y, a veces, en el sinónimo del progreso. Desde sus primeras líneas nos advierte cómo esa valoración absoluta prescinde de las dimensiones humanistas, y sólo tiene en cuenta su carácter instrumental. En mi opinión, este acertado punto de partida proporciona una solvencia sólida a sus reflexiones al mismo tiempo que fundamenta los oportunos diagnósticos sobre el uso y el abuso de los potentes medios técnicos que están al servicio de los diferentes poderes. Estoy de acuerdo con el autor en que la separación artificial y nociva de los desarrollos científico-tecnológicos y los valores humanistas y, más concretamente, el distanciamiento y el divorcio de las Ciencias, la Tecnología y las Humanidades tienen como consecuencia el deterioro de la vida humana individual y colectiva.
Oportuna son, sin duda alguna, las definiciones de los conceptos de “comunicación” y de “transmisión” aplicados a la Iglesia. El primero, que consiste en trasladar una información dentro de un espacio, es solo un momento del proceso largo y complejo de la “transmisión”, un procedimiento que consiste en unir, conectar y reunir a los interlocutores. Acertado también los análisis de los términos “información” y “comunicación” tan usados para definir la época actual, pero sólo valorados por su eficacia utilitarista sin tener en cuenta que el poder “transmisor” de los mensajes depende de la coherencia entre las palabras y los comportamientos de quien los pronuncia. Es ahí donde radica el poder persuasivo de los discursos narrativos que, más que contar episodios, “explican” vidas personales e institucionales.
En mi opinión, estas explicaciones teóricas proporcionan una fundamentación sólida para comprender la conexión que existe entre los conceptos de “comunicación”, “evangelización” y “misión” y que, aunque es cierto que siempre han estado presentes en la teoría y en la práctica de la acción pastoral de la Iglesia definida como comunión del hombre con Dios y de los hombres entre sí, en la actualidad alcanzan una singular importancia porque, como enseña la instrucción pastoral Communio et progressio, la comunicación es “la entrega de sí mismo por amor” (n. 11).
La fundamentación teórica y los análisis de la actual situación que nos proporciona este libro constituyen, en mi opinión, una estimulante invitación para que los agentes de pastoral y los responsables de instituciones eclesiales -“expertos en humanidad”- superen los posibles temores de informar y para que se decidan mejorar la calidad y la cantidad de la comunicación sobre todo en las necesarias tareas de la pre-evangelización y de la evangelización.
La densidad de sus ideas, el rigor de sus análisis y la claridad en su lenguaje -a pesar de sus inevitables tecnicismos- nos ayuda a interpretar el fenómeno actual de la comunicación que, como tarea o como proyecto, en los ámbitos sociales, políticos y económicos, se ha convertido en la meta y, a veces, en el sinónimo del progreso. Desde sus primeras líneas nos advierte cómo esa valoración absoluta prescinde de las dimensiones humanistas, y sólo tiene en cuenta su carácter instrumental. En mi opinión, este acertado punto de partida proporciona una solvencia sólida a sus reflexiones al mismo tiempo que fundamenta los oportunos diagnósticos sobre el uso y el abuso de los potentes medios técnicos que están al servicio de los diferentes poderes. Estoy de acuerdo con el autor en que la separación artificial y nociva de los desarrollos científico-tecnológicos y los valores humanistas y, más concretamente, el distanciamiento y el divorcio de las Ciencias, la Tecnología y las Humanidades tienen como consecuencia el deterioro de la vida humana individual y colectiva.
Oportuna son, sin duda alguna, las definiciones de los conceptos de “comunicación” y de “transmisión” aplicados a la Iglesia. El primero, que consiste en trasladar una información dentro de un espacio, es solo un momento del proceso largo y complejo de la “transmisión”, un procedimiento que consiste en unir, conectar y reunir a los interlocutores. Acertado también los análisis de los términos “información” y “comunicación” tan usados para definir la época actual, pero sólo valorados por su eficacia utilitarista sin tener en cuenta que el poder “transmisor” de los mensajes depende de la coherencia entre las palabras y los comportamientos de quien los pronuncia. Es ahí donde radica el poder persuasivo de los discursos narrativos que, más que contar episodios, “explican” vidas personales e institucionales.
En mi opinión, estas explicaciones teóricas proporcionan una fundamentación sólida para comprender la conexión que existe entre los conceptos de “comunicación”, “evangelización” y “misión” y que, aunque es cierto que siempre han estado presentes en la teoría y en la práctica de la acción pastoral de la Iglesia definida como comunión del hombre con Dios y de los hombres entre sí, en la actualidad alcanzan una singular importancia porque, como enseña la instrucción pastoral Communio et progressio, la comunicación es “la entrega de sí mismo por amor” (n. 11).
La fundamentación teórica y los análisis de la actual situación que nos proporciona este libro constituyen, en mi opinión, una estimulante invitación para que los agentes de pastoral y los responsables de instituciones eclesiales -“expertos en humanidad”- superen los posibles temores de informar y para que se decidan mejorar la calidad y la cantidad de la comunicación sobre todo en las necesarias tareas de la pre-evangelización y de la evangelización.
[José Francisco Serrano Oceda
La sociedad del desconocimiento.
Comunicación posmoderna
y transformación cultural.
Madrid, Encuentro, 2019]
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo. Actualmente, nos envía también una reseña semanal sobre libros de pensamiento cristiano, evangelización, catequesis y teología. Con la intención, de informar, de manera clara y sencilla, de temas y de pensamientos actuales, que gustosamente publicamos en nuestro “blog”.
ACTUALIDAD DE LA DIÓCESIS:
http://www.obispadocadizyceuta.es/category/actualidad-diocesis/
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