San Francisco de Asís y Santa Clara
Una lectura necesaria,
por
José Manuel Carrascosa Freire
En este día ya cercano a la
Navidad, y la vorágine comercial que la rodea, he estado leyendo unos
fragmentos de Eloi Lecrerc, de su
libro "Sabiduría de un pobre".
Trata del santo de Asís. En él leo una conversación entre Francisco
de Asís, que estaba pasando por una crisis de fe importante, como
consecuencia de diferencias entre los hermanos menores de su comunidad por
causa del modo de vida de la comunidad. Esta conversación era con Santa Clara:
«Dios no participa de nuestros miedos ni de nuestro
orgullo, ni de nuestra impaciencia. Sabe
esperar, como Dios sólo sabe esperar.
Como sólo un Padre infinitamente bueno sabe esperar. Es longánimo, misericordioso. Espera siempre. Hasta el fin.
...
Pero Dios, que no mira las apariencias, sabe que con
el tiempo de su misericordia puede cambiar el corazón de los hombres.
Hay un tiempo para todos los seres. Pero ese tiempo no es el mismo para todos. El tiempo de las cosas no es el de los
animales. Y el de los animales no es el
de los hombres. Y, sobre todo y
diferente a todo, está el tiempo de Dios que encierra todos los otros y los
sobrepasa.
El corazón de Dios no late al mismo ritmo que el
nuestro. Tiene su movimiento propio. El de su eterna misericordia, que se extiende
de edad en edad y no envejece nunca. Nos
es muy difícil entrar en este tiempo divino.
Y, sin embargo, solamente en él podemos encontrar la paz.
—Tienes razón hermana Clara. Mi turbación e impaciencia brotan de un fondo
demasiado humano. Lo veo bien, pero no
he descubierto a Dios todavía. Yo no
vivo todavía el tiempo de Dios.
—¿Quién se atrevería a pretender que vive en el tiempo
de Dios? —preguntó Clara—. Sería preciso
para eso tener el corazón mismo de Dios.
—Aprender a vivir en el tiempo de Dios —volvió a decir
Francisco—; ahí está seguramente el secreto de la Sabiduría.
—Y la fuente de una paz grandísima –añadió Clara».
San Francisco de Asís y Santa Clara
Tomado del libro: «Sabiduría de un pobre»,
Escrito por: Éloi
Lecrerc (Pags. 50 y 51)
¡¡Feliz Navidad!!. ¡¡Paz y bien!!
José Manuel Carrascosa Freire
Foto:
LA
CONTEMPLACIÓN EN LA CALLE
En las prisas detectamos una de
nuestras mayores faltas de fe. Quizá
hemos de tener en cuenta la paciencia que Dios ha tenido y tiene con cada uno
de nosotros en nuestra propia vida.
Las prisas nacen del choque entre
nuestro ideal y la realidad. Se tiene
una visión muy clara de lo que hay que hacer, y la realidad es mucho más pobre.
No llegamos a tanto. Este choque puede determinar la frustración o
una mayor capacidad de fe.
En efecto, si queremos ir más
rápido que Dios, podemos “quemarnos” y “quemar” a otros para siempre. Es la actitud del que, con buena voluntad, en
el fondo trabaja por uno mismo y para sus estructuras y no para los demás.
En cambio, el contemplativo hace
de la propia incapacidad, de sus prisas e impaciencia, materia de oración, de
diálogo abierto y sincero con Dios.
Y ahí se encuentra con la infinita
espera de Dios, con su paciencia de Padre al que le preocupan sus hijos, y no
las cosas.
Ello nos devuelve a esa paz
interior que no es “calma chicha”, sino serenidad y esperanza en el trabajo de
cada día.
El cansancio y la rutina.
La calle nos muestra cada día el
mismo rostro: prisas, individualismo, insolidaridad, sufrimiento,… tantas
situaciones que reclaman nuestra respuesta y nuestra presencia cristiana.
Pero, con el tiempo podemos correr
el grave peligro de “acostumbrarnos” a estas realidades, de verlas como “normales”,
sin hacer ningún tipo de referencia al Evangelio, sin contemplarlas.
Cae en la rutina quien hace de su
fe asunto de horario que se cumple en un tiempo determinado, quien vive del
recuerdo de aquella experiencia de trabajo que tuvo en un momento dado, quien
hace de su fe una máquina de repetición: las mismas oraciones, las mismas
acciones, el mismo trabajo, el mismo tipo de relación con los demás sin
encontrar ya ninguna novedad.
La contemplación nos ayuda a vivir
la NOVEDAD de cada día, que no consiste en ningún
gran descubrimiento (ya está casi todo descubierto), sino en la fidelidad cotidiana a lo de cada día: al
trabajo, a la oración, a la relación con los demás… hecho con amor y esperanza.
Esto nos ayuda a vivir cada día “a
tope”, sacándole todo el jugo posible.
Esto significa también tener la capacidad de ver el lado bueno y
positivo de las cosas, de verlas objetivamente, siendo capaces de sacar partido
de todo.
Esta capacidad, este optimismo
que viene de la esperanza, que comunica la alegría y que se alimenta de la
contemplación es fundamental hoy, pues constituye un auténtico testimonio
cristiano, del que todos estamos necesitados.
El espiritualismo.
Normalmente, nos encontramos en la
calle con situaciones no queridas, a veces desagradables, y a las que,
respondemos con la evasión y el refugio que nos proporciona una oración
descomprometida con la realidad.
En efecto, a veces por miedo, por
cansancio, o porque, sencillamente, no hemos descubierto la calle y la gente con
sus problemas cotidianos como un lugar de contemplación y de respuesta
evangélica, utilizamos la oración para pedir a Dios que haga lo que nosotros no
estamos dispuestos a realizar. Así
· Pedimos a Dios
por los pobres, en lugar de descubrirlos con nuestros propios ojos y
enfrentarnos a sus problemas.
· Pedimos a Dios
por los que sufren cuando huimos sistemáticamente de todo el que padece en la
calle, del que está tirado, del borracho y drogadicto; o lo menospreciamos, o
pensamos que están fingiendo.
· Pedimos a Dios
que “cambien las cosas”, en vez de cambiar nosotros y descubrir qué “otras
cosas” han de cambiar, aquí y cómo.
Utilizamos la oración como refugio
y pedimos a Dios nos supla en nuestra propia responsabilidad.
LA ORACIÓN DE CONTEMPLACIÓN.
El hombre que vive radicalmente el
Evangelio no es necesariamente aquel que más destaca, que más hace o que mejor
habla; es el más contemplativo, es el
que va haciendo, día a día, de Jesús y su Reino el absoluto y el motor de su
vida, desde el cual integra y reordena todas las demás dimensiones de su vivir
y su hacer: su afecto, su capacidad de trabajo, de donación, su salud, su
dinero…
Pero, además de este talante
contemplativo, hemos de ejercitarnos en la oración de contemplación, la cual no
es ciertamente, fruto de ningún método, pero tiene relación con el proceso normal
de la experiencia orante.
Tomado del libro:
«Iniciación de los Jóvenes a la Oración»,
«Iniciación de los Jóvenes a la Oración»,
Escrito por: José
Ramón Urbieta (Pags. 92 a
95)
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