El compromiso por el trabajo decente
En el manifiesto de iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente (ITD) con motivo de la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, se afirma que «el compromiso por el trabajo decente nos humaniza». Es más, cabría decir que nos acerca a Dios, pues en su plan amoroso para la humanidad el trabajo está llamado a ser instrumento de dignidad y fraternidad, clave en la construcción de una sociedad como Dios desea para sus hijas e hijos. Por eso, hay una estrecha relación entre defensa del trabajo decente y evangelización del mundo obrero y del trabajo, entre lo que expresa esta jornada prevista en torno al 7 de octubre y la Pastoral del Trabajo.
Sin embargo, pese al esfuerzo, la entrega, la generosidad y la lucha de tantas personas y organizaciones, también de nuestra Iglesia, estamos muy lejos de lo que Dios quiere. La crisis desatada en todo el mundo por la pandemia de la COVID-19 ha vuelto a poner de manifiesto y a agudizar el enorme sufrimiento e injusticia que padece, de forma crónica y estructural, el mundo obrero y del trabajo, su empobrecimiento, precarización y exclusión. Cómo se niega en él, sistemáticamente, el plan de fraternidad de Dios. Es una injusticia que eclipsa el rostro de Dios. Ese grito de los pobres es el grito de Jesús entre nosotros, un «clamor de los pobres», en expresión de Francisco, que no podemos desoír y al que tenemos que responder.
Ante ese clamor, la misión evangelizadora de toda la Iglesia en el mundo obrero y del trabajo tiene dos dimensiones inseparables: proponer a Jesucristo como sentido pleno de nuestra humanidad y luchar por la justicia. En ambas dimensiones tiene un papel relevante el empeño por el trabajo decente. Y en él son fundamentales dos cosas: proclamar la dignidad propia del trabajo humano y defender, en consecuencia, la dignidad de las condiciones en que el trabajo se realiza. El papa Francisco lo ha expresado así en la homilía en Santa Marta con motivo del pasado 1º de Mayo: «El trabajo es lo que hace al hombre semejante a Dios, porque con el trabajo el hombre es un creador (…) Y esta es la dignidad del trabajo (…) Toda injusticia que se comete contra una persona que trabaja es un atropello a la dignidad humana (…) En cambio, la vocación que Dios nos da es muy hermosa: crear, re-crear, trabajar. Pero esto puede hacerse cuando las condiciones son justas y se respeta la dignidad de la persona». Es esencial que toda la Iglesia crezcamos en comprender bien (colaborando a que se comprenda bien en la sociedad), que el trabajo en condiciones dignas es esencial para la vida y la dignidad de las personas y para el cuidado de la casa común.
Para ello, como también dice el manifiesto de ITD, «necesitamos movernos en comunidad», promoviendo el aunar esfuerzos, el trabajo compartido de todas las realidades eclesiales, colaborando también con otras organizaciones sociales, en la defensa del trabajo decente y la dignidad del trabajo. Particularmente creciendo en caminar junto a y acompañar a los empobrecidos del mundo obrero y del trabajo, en la denuncia y el anuncio como Iglesia en esa realidad sufriente.
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