UN NUEVO TEMPLO EN SUSTITUCIÓN
DEL ANTIGUO.
(Domingo Tercero de Cuaresma,
07 de marzo de 2021)
Introducción: Un nuevo templo en sustitución del antiguo.
La expulsión de los mercaderes del templo es un signo mesiánico: Él ha sido enviado para purificar la corrupción del antiguo régimen, instalada en el mismo centro del culto. El gesto de Jesús declara anulado, anticuado, ese régimen con su templo; un nuevo régimen y un nuevo templo –el mismo Jesús- están ya por llegar. Con mucha razón los responsables del santuario le piden explicaciones. Él les habla con un lenguaje poco inteligible: «Destruid este templo y en tres días lo redificaré.» Es como decir que el nuevo régimen será inaugurado con su muerte y resurrección, porque el templo del que habla es su mismo cuerpo que será destruido en la cruz, pero levantado de nuevo por su vuelta a la vida. Pero ellos naturalmente lo entienden al pie de la letra y se escandalizan.
1. El nuevo templo es el mismo Jesús.
Pero Jesús sabe adónde va: Será su mismo cuerpo el templo en que se dará a Dios el nuevo culto, un culto en espíritu y verdad, porque su cuerpo será el medio por el que Dios habitará entre los hombres y se comunicará con ellos. Los templos que después se edificarán como lugares de culto no serán más que un signo de la presencia de Dios en nuestra tierra. El verdadero templo es Jesús, pero para acceder a él es necesaria una verdadera purificación. Y esa purificación se conseguirá por su inmolación en la cruz, para que los hombres muertos al pecado por su muerte y resucitados con Él a una nueva vida puedan dar a Dios un culto limpio y agradable a sus ojos. Por eso la predicación de los cristianos tiene con objeto principal al Señor crucificado «escándalo para los judíos, necedad para los griegos, pero para los llamados fuerza de Dios y sabiduría de Dios.»
2. El amor del Padre.
Pero esa teología no estaba al alcance de los judíos responsables del templo antiguo, ni siquiera entonces de los discípulos de Jesús, que sólo entendieron sus palabras cuando después de su resurrección se les abrieron para entenderlas las Escrituras que oían cada sábado en la sinagoga. Porque «lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres». Entender que por la ignominia de la cruz pudiera surgir un pueblo nuevo que diera culto a Dios como Él quiere y apreciar su presencia entre nosotros a través del cuerpo de un ajusticiado-resucitado sólo puede ser obra de la gracia de Dios. Los humanos pensamos que las cosas grandes se obtienen con medios cotosos; creer posible que lo más grande que podemos obtener nos ha llegado por la humillación de un hombre que muere condenado como un malhechor excede nuestra capacidad de entendimiento, sólo puede ser obra de la gracia. Y sacar como consecuencia necesaria que nuestro encuentro con el Dios Grande tiene como camino la humillación y la cruz es algo que nos repele; preferiríamos un Dios que se dejara ganar por algo menos costoso, pero «mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos», dice el Señor (Is 55,8). Y así Dios puede ponerse al alcance de todos, hasta de los más pequeños, porque es precisamente de esa pequeñez la que posibilita la grandeza de su misericordia que se vuelca en lo pequeño y miserable. Como se volcó en un ajusticiado para llamar a todos los hombres a poseer una vida nueva y resucitada.
Conclusión: El aliento de nuestra esperanza.
Ese misterio que adoramos, el Misterio Pascual, Muerte y Resurrección, es el que se hace presente ahora en nuestro Altar. Lo asimilamos al comer su cuerpo entregado pero viviente; no se nos ocurra dejar olvidada la mitad del misterio, porque la muerte es algo ignominioso; ya que sin muerte no hay resurrección y vida. Es precisamente la muerte el camino expedito para la vida.
La expulsión de los mercaderes del templo es un signo mesiánico: Él ha sido enviado para purificar la corrupción del antiguo régimen, instalada en el mismo centro del culto. El gesto de Jesús declara anulado, anticuado, ese régimen con su templo; un nuevo régimen y un nuevo templo –el mismo Jesús- están ya por llegar. Con mucha razón los responsables del santuario le piden explicaciones. Él les habla con un lenguaje poco inteligible: «Destruid este templo y en tres días lo redificaré.» Es como decir que el nuevo régimen será inaugurado con su muerte y resurrección, porque el templo del que habla es su mismo cuerpo que será destruido en la cruz, pero levantado de nuevo por su vuelta a la vida. Pero ellos naturalmente lo entienden al pie de la letra y se escandalizan.
1. El nuevo templo es el mismo Jesús.
Pero Jesús sabe adónde va: Será su mismo cuerpo el templo en que se dará a Dios el nuevo culto, un culto en espíritu y verdad, porque su cuerpo será el medio por el que Dios habitará entre los hombres y se comunicará con ellos. Los templos que después se edificarán como lugares de culto no serán más que un signo de la presencia de Dios en nuestra tierra. El verdadero templo es Jesús, pero para acceder a él es necesaria una verdadera purificación. Y esa purificación se conseguirá por su inmolación en la cruz, para que los hombres muertos al pecado por su muerte y resucitados con Él a una nueva vida puedan dar a Dios un culto limpio y agradable a sus ojos. Por eso la predicación de los cristianos tiene con objeto principal al Señor crucificado «escándalo para los judíos, necedad para los griegos, pero para los llamados fuerza de Dios y sabiduría de Dios.»
2. El amor del Padre.
Pero esa teología no estaba al alcance de los judíos responsables del templo antiguo, ni siquiera entonces de los discípulos de Jesús, que sólo entendieron sus palabras cuando después de su resurrección se les abrieron para entenderlas las Escrituras que oían cada sábado en la sinagoga. Porque «lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres». Entender que por la ignominia de la cruz pudiera surgir un pueblo nuevo que diera culto a Dios como Él quiere y apreciar su presencia entre nosotros a través del cuerpo de un ajusticiado-resucitado sólo puede ser obra de la gracia de Dios. Los humanos pensamos que las cosas grandes se obtienen con medios cotosos; creer posible que lo más grande que podemos obtener nos ha llegado por la humillación de un hombre que muere condenado como un malhechor excede nuestra capacidad de entendimiento, sólo puede ser obra de la gracia. Y sacar como consecuencia necesaria que nuestro encuentro con el Dios Grande tiene como camino la humillación y la cruz es algo que nos repele; preferiríamos un Dios que se dejara ganar por algo menos costoso, pero «mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos», dice el Señor (Is 55,8). Y así Dios puede ponerse al alcance de todos, hasta de los más pequeños, porque es precisamente de esa pequeñez la que posibilita la grandeza de su misericordia que se vuelca en lo pequeño y miserable. Como se volcó en un ajusticiado para llamar a todos los hombres a poseer una vida nueva y resucitada.
Conclusión: El aliento de nuestra esperanza.
Ese misterio que adoramos, el Misterio Pascual, Muerte y Resurrección, es el que se hace presente ahora en nuestro Altar. Lo asimilamos al comer su cuerpo entregado pero viviente; no se nos ocurra dejar olvidada la mitad del misterio, porque la muerte es algo ignominioso; ya que sin muerte no hay resurrección y vida. Es precisamente la muerte el camino expedito para la vida.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
PARA VER HOMILIAS ANTERIORES DE ANTONIO TROYA MAGALLANES, PULSAR »AQUÍ«
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