Defender la vida en el trabajo
Hace mucho tiempo que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) denuncia el escándalo que supone que cada año 2,8 millones de trabajadores y trabajadoras mueran por accidentes y enfermedades laborales a causa de las malas condiciones de trabajo.
Ahora, la OIT y la Organización Mundial de la Salud (OMS) acaban de publicar un estudio en el que se estima que cada año se producen 745.000 muertes por enfermedades cardíacas y accidentes cerebrovasculares por las largas jornadas de trabajo (55 o más horas a la semana).
Una tragedia que va en aumento, porque ha crecido el número de personas que son víctimas de largas jornadas laborales, hasta llegar a casi los 500 millones antes de la pandemia. La situación se está viendo agravada aún más por los efectos de la COVID-19 en el mundo del trabajo. Por eso, la OIT insiste en la necesidad vital de condiciones dignas de trabajo, la limitación real de las horas máximas de trabajo y el establecimiento efectivo de los necesarios descansos diarios, semanales y anuales. El exceso de horas de trabajo mata.
Esta tragedia pasa casi desapercibida en nuestras sociedades, como si no tuviera mayor importancia o fuera algo inevitable. Es una muestra dramática de lo que el papa Francisco llama «la globalización de la indiferencia», que se produce en el marco de un sistema que humanamente no se aguanta, en una economía que, literalmente, mata. Las malas condiciones laborales significan usar irreverentemente a las personas como objetos de usar y tirar. Son un verdadero crimen contra la humanidad. En nuestro sistema económico global es terrible el desprecio por la vida y el mundo del trabajo lo sufre hasta el extremo.
El trabajo es para la vida. Para que lo sea, las condiciones en que se realiza deben estar sometidas a los derechos que se desprenden de la dignidad de la persona trabajadora. Defender la vida en el trabajo debería ser una prioridad absoluta. Defender la vida en el trabajo y que el trabajo sea para la vida tiene mucho que ver, entre otras cosas, con lo que señalan la OIT y la OMS: acabar con las largas jornadas laborales. Es un problema global que se produce, en mayor o menor medida, en todas partes, también en nuestro país. Y no se trata solo de algo que se resuelva con su regulación legal (imprescindible), sino con la aplicación efectiva de las leyes. Todos sabemos que hay algunos sectores y algunas empresas donde se incumple sistemáticamente la ley en cuanto a duración de las jornadas laborales, los descansos… Una economía y unas empresas que son incapaces de funcionar sin poner en riesgo la vida de las personas, sencillamente deberíamos hacerlas desaparecer. Poner la rentabilidad por encima de las personas es un crimen.
La lucha por la reducción de la jornada laboral ha sido una constante en la historia del movimiento obrero, en particular en el movimiento sindical. Lo logrado en esa lucha ha salvado muchas vidas. Ha sido y es la lucha por proteger la vida en el trabajo y para que el tiempo de trabajo no asfixie la vida de personas y familias, para hacer compatible el tiempo de trabajo con el tiempo personal, familiar y social, para que la vida sea posible en condiciones dignas. También para que el tiempo de trabajo pueda ser tiempo de vida. Hoy, la lucha por la reducción de la jornada laboral, particularmente por acabar con las largas jornadas de trabajo, sigue siendo fundamental. Debería ser una prioridad política, si de verdad queremos que la política se acerque algo a lo que debería ser: cuidado de la vida. Es una tarea de toda la sociedad. La Iglesia y todos los cristianos deberíamos poner todo el empeño en colaborar a defender la vida en el trabajo y un trabajo para la vida.
Comisión Permanente de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC).
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