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DOMINGO DECIMOOCTAVO DEL TIEMPO ORDINARIO (01 de agosto de 2021)
Introducción: Jesús, pan de vida eterna.
La gente va ansiosa en busca de Jesús. Cuando se da cuenta de que no está ya en el lugar donde multiplicó los panes y los peces, se embarca para buscarlo al otro lado del lago. Pero Jesús no se deja engañar: les reprocha que no le buscan a Él, sino al pan con que han satisfecho su estómago. Les dice que no busquen con tanta ansiedad el pan que perece, sino el que alimenta la vida eterna. Y a la pregunta de dónde encontrar ese pan les asegura que ese pan es Él mismo: «Yo soy el pan de vida». Y que lo que el Padre les pide es que crean en Él, así tendrán vida eterna. La multiplicación de los panes ha sido un signo, pero no vale quedarse en el signo, hay que buscar lo significado. No hay que detenerse en matar el hambre material, sino que hay que buscar a Aquel que está representado en el pan que han comido. El que les ha dado ese pan que sacia el apetito, se da a sí mismo como alimento de vida eterna.
1. El hambre de Dios.
Continuamente estamos buscando cosas que satisfacen nuestras necesidades temporales. Pero hay otra necesidad más honda: la necesidad de Dios para quien hemos sido creados. Y esa necesidad no se satisface con cosas materiales, sino que muchas veces nos invita a renunciar a esas cosas materiales para poder satisfacer una sed más profunda: la sed de Dios, que sólo se satisface con la fe y la oración. Estamos distraídos buscando pasarlo bien y en lo más hondo de nuestro ser grita la necesidad de Dios, de la que no hemos siquiera echado cuentas, pero que pide a gritos ser satisfecha. Jesús quiere orientarnos hoy a nosotros como entonces a la turba que lo escuchaba a buscar al Dios que mora en lo más hondo de nuestro corazón, bastantes veces ignorado. Pero que se hace visible en la persona del Dios encarnado, Jesucristo el Señor. Él es el pan de vida que sacia nuestra hambre de Dios.
2. Cómo alimentar la vida cristiana.
Pablo nos aclara un poco esto en la segunda lectura exhortándonos a vivir la vida cristiana que no consiste en vivir siguiendo la vaciedad de nuestros criterios como viven quienes no tienen fe, sino en seguir «tal como es la verdad en Cristo Jesús», esto es cumpliendo denodadamente cuanto Él enseña y mirarlo contemplando sus gestos y acciones para lograr un parecido lo más parecido posible a su divina persona. Al mirar y remirar a Jesús se consiguen dos cosas complementarias: una es amarlo más intensamente cada día descubriendo cada vez más su enorme belleza, y la otra, ir asimilando progresivamente su estilo de vida para asemejarnos cada vez más a Él. Así terminaremos siendo cristianos, es decir discípulos de Cristo. Y, junto con nuestro trabajo, contamos con el trabajo de Dios que con su Espíritu va transformándonos poco a poco, haciéndonos a su imagen, al mismo tiempo que va inflamando nuestro espíritu en su amor. Nunca trabajamos solos, nuestro trabajo es en equipo con el Señor de los señores. Y así, si nosotros queremos, el éxito está asegurado.
Conclusión: Nos transformamos por fuera y por dentro.
Para que quede más claro que Jesús es el pan de vida, Él mismo se ha querido quedar personalmente en el pan de nuestra mesa, para que, comiéndolo, nos hagamos una cosa con Él, y, mientras nosotros lo imitamos por fuera, Él nos transforma por dentro.
La gente va ansiosa en busca de Jesús. Cuando se da cuenta de que no está ya en el lugar donde multiplicó los panes y los peces, se embarca para buscarlo al otro lado del lago. Pero Jesús no se deja engañar: les reprocha que no le buscan a Él, sino al pan con que han satisfecho su estómago. Les dice que no busquen con tanta ansiedad el pan que perece, sino el que alimenta la vida eterna. Y a la pregunta de dónde encontrar ese pan les asegura que ese pan es Él mismo: «Yo soy el pan de vida». Y que lo que el Padre les pide es que crean en Él, así tendrán vida eterna. La multiplicación de los panes ha sido un signo, pero no vale quedarse en el signo, hay que buscar lo significado. No hay que detenerse en matar el hambre material, sino que hay que buscar a Aquel que está representado en el pan que han comido. El que les ha dado ese pan que sacia el apetito, se da a sí mismo como alimento de vida eterna.
1. El hambre de Dios.
Continuamente estamos buscando cosas que satisfacen nuestras necesidades temporales. Pero hay otra necesidad más honda: la necesidad de Dios para quien hemos sido creados. Y esa necesidad no se satisface con cosas materiales, sino que muchas veces nos invita a renunciar a esas cosas materiales para poder satisfacer una sed más profunda: la sed de Dios, que sólo se satisface con la fe y la oración. Estamos distraídos buscando pasarlo bien y en lo más hondo de nuestro ser grita la necesidad de Dios, de la que no hemos siquiera echado cuentas, pero que pide a gritos ser satisfecha. Jesús quiere orientarnos hoy a nosotros como entonces a la turba que lo escuchaba a buscar al Dios que mora en lo más hondo de nuestro corazón, bastantes veces ignorado. Pero que se hace visible en la persona del Dios encarnado, Jesucristo el Señor. Él es el pan de vida que sacia nuestra hambre de Dios.
2. Cómo alimentar la vida cristiana.
Pablo nos aclara un poco esto en la segunda lectura exhortándonos a vivir la vida cristiana que no consiste en vivir siguiendo la vaciedad de nuestros criterios como viven quienes no tienen fe, sino en seguir «tal como es la verdad en Cristo Jesús», esto es cumpliendo denodadamente cuanto Él enseña y mirarlo contemplando sus gestos y acciones para lograr un parecido lo más parecido posible a su divina persona. Al mirar y remirar a Jesús se consiguen dos cosas complementarias: una es amarlo más intensamente cada día descubriendo cada vez más su enorme belleza, y la otra, ir asimilando progresivamente su estilo de vida para asemejarnos cada vez más a Él. Así terminaremos siendo cristianos, es decir discípulos de Cristo. Y, junto con nuestro trabajo, contamos con el trabajo de Dios que con su Espíritu va transformándonos poco a poco, haciéndonos a su imagen, al mismo tiempo que va inflamando nuestro espíritu en su amor. Nunca trabajamos solos, nuestro trabajo es en equipo con el Señor de los señores. Y así, si nosotros queremos, el éxito está asegurado.
Conclusión: Nos transformamos por fuera y por dentro.
Para que quede más claro que Jesús es el pan de vida, Él mismo se ha querido quedar personalmente en el pan de nuestra mesa, para que, comiéndolo, nos hagamos una cosa con Él, y, mientras nosotros lo imitamos por fuera, Él nos transforma por dentro.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
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Antonio Troya Magallanes, su perfil como sacerdote a través de sus homilías:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6299157.pdf
Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
https://www.puertorealhoy.es/antonio-troya-maruja-mey-seran-nombrados-nuevos-hijos-adoptivos-puerto-real
Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
http://www.obispadocadizyceuta.es/wp-content/uploads/2003/07/BOO2541-Julio-Agosto-2003.pdf
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Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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