La paz interior es la consecuencia de una verdadera compasión.
Por muy diferentes que sean nuestras interpretaciones del momento en el que actualmente vivimos, todos coincidimos en que estamos sumergidos en un tempestuoso mar de agitaciones sociales, de revueltas políticas y de alborotos religiosos. Hemos de reconocer, además, que los orígenes de esta situación están instalados en el fondo de nuestros espíritus y que su consecuencia principal es el deterioro de nuestro bienestar personal. Esta inicial constatación, avalada por nuestras propias experiencias, es el objeto de este pequeño libro que nos explica con claridad y con profundidad la íntima relación que existe entre la paz colectiva y la paz espiritual.
En su primera parte enuncia y desarrolla un principio básico: la paz interior depende del recorrido que cada uno realice hacia la santidad: “Para comprender la importancia fundamental que tiene, en la vida cristiana, el afán por adquirir y conservar lo más posible la paz del corazón, en primer lugar hemos de estar plenamente convencidos de que todo el bien que podemos hacer viene de Dios y sólo de Él”.
Nos advierte -a mi juicio, de manera oportuna en las circunstancias actuales- que esa paz interior tal como la muestra el Evangelio, no consiste en una especie de impasibilidad, en la anulación de la sensibilidad o en una fría indiferencia, sino que es el corolario del amor, la consecuencia de una auténtica sensibilidad ante los sufrimientos del prójimo y de una verdadera compasión.
En la segunda parte señala que la causa más común que nos hace perder la paz es el temor generado por situaciones que interpretamos como amenazas como, por ejemplo, ante dificultades, presentes o futuras, el miedo a fallar en algo importante o de no ser capaces de realizar algunos proyectos. Para superar esos obstáculos propone desarrollar mediante la oración la confianza en Dios, esa honda convicción que se manifiesta en el abandono pleno en sus manos -en su Providencia- con la sencillez de los niños. Más que en cambiar las cosas que nos rodean, más que en alterar las circunstancias en las que vivimos, somos nosotros los que, hemos de purificar el interior de nuestras convicciones y las raíces de nuestras emociones: “El problema de fondo es que estamos demasiado apegados a nuestras opiniones sobre lo que es bueno y lo que no lo es” . (p. 45)
En la tercera parte ilustra sus reflexiones con una selección de textos de siete santos de diferentes épocas de la historia de la Iglesia y de distintas corrientes espirituales que abordan de manera convergente esta misma doctrina ascética. Nos puede servir de ejemplo las palabras del sacerdote capuchino, el padre Pío: “La paz es la sencillez del espíritu, la serenidad de la conciencia, la tranquilidad del alma y el lazo de amor. La paz es el orden, la armonía en cada uno de nosotros, una alegría constante que nace del testimonio de una buena conciencia, la santa conciencia de un corazón en el que reina Dios. La paz es el camino de la perfección o, mejor, la perfección se encuentra en la paz”.
En su primera parte enuncia y desarrolla un principio básico: la paz interior depende del recorrido que cada uno realice hacia la santidad: “Para comprender la importancia fundamental que tiene, en la vida cristiana, el afán por adquirir y conservar lo más posible la paz del corazón, en primer lugar hemos de estar plenamente convencidos de que todo el bien que podemos hacer viene de Dios y sólo de Él”.
Nos advierte -a mi juicio, de manera oportuna en las circunstancias actuales- que esa paz interior tal como la muestra el Evangelio, no consiste en una especie de impasibilidad, en la anulación de la sensibilidad o en una fría indiferencia, sino que es el corolario del amor, la consecuencia de una auténtica sensibilidad ante los sufrimientos del prójimo y de una verdadera compasión.
En la segunda parte señala que la causa más común que nos hace perder la paz es el temor generado por situaciones que interpretamos como amenazas como, por ejemplo, ante dificultades, presentes o futuras, el miedo a fallar en algo importante o de no ser capaces de realizar algunos proyectos. Para superar esos obstáculos propone desarrollar mediante la oración la confianza en Dios, esa honda convicción que se manifiesta en el abandono pleno en sus manos -en su Providencia- con la sencillez de los niños. Más que en cambiar las cosas que nos rodean, más que en alterar las circunstancias en las que vivimos, somos nosotros los que, hemos de purificar el interior de nuestras convicciones y las raíces de nuestras emociones: “El problema de fondo es que estamos demasiado apegados a nuestras opiniones sobre lo que es bueno y lo que no lo es” . (p. 45)
En la tercera parte ilustra sus reflexiones con una selección de textos de siete santos de diferentes épocas de la historia de la Iglesia y de distintas corrientes espirituales que abordan de manera convergente esta misma doctrina ascética. Nos puede servir de ejemplo las palabras del sacerdote capuchino, el padre Pío: “La paz es la sencillez del espíritu, la serenidad de la conciencia, la tranquilidad del alma y el lazo de amor. La paz es el orden, la armonía en cada uno de nosotros, una alegría constante que nace del testimonio de una buena conciencia, la santa conciencia de un corazón en el que reina Dios. La paz es el camino de la perfección o, mejor, la perfección se encuentra en la paz”.
[Jacques Philippe
“La paz interior”
Madrid, Rialp, 2019, 15º edición]
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo. Actualmente, nos envía también una reseña semanal sobre libros de pensamiento cristiano, evangelización, catequesis y teología. Con la intención, de informar, de manera clara y sencilla, de temas y de pensamientos actuales, que gustosamente publicamos en nuestro “blog”.
ACTUALIDAD DE LA DIÓCESIS:
http://www.obispadocadizyceuta.es/category/actualidad-diocesis/
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