SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ
ESPOSO DE LA VIRGEN.
(19 de marzo de 2021)
Introducción: José, cabeza de la sagrada familia y patrono de la Iglesia.
San José es el esposo de la Virgen María y padre adoptivo de Jesús, el Señor. Era un hombre justo y Dios le encomendó el cuidado y educación de su Hijo hecho hombre. Después la Iglesia le ha encomendado el cuidado de la misma Iglesia que es el Cristo total, el cuerpo místico de Cristo. Por eso es el patrono de la Iglesia santa. Conociendo el intenso cuidado que puso en todo lo que se refería al Cristo histórico, podemos deducir el que pone en todas las vicisitudes de la Iglesia. Por lo que conocemos de la infancia de Jesús la sagrada familia que presidia José como su cabeza que era, vemos que tuvieron muchos y graves problemas que José encajó siempre con gran entereza y una confianza sin límites en que Dios los llevaría a buen término. Puso de su parte cuanto estaba en sus manos y confiaba siempre que Dios no abandonaría al que nos había mandado como salvador.
1. La custodia del Cristo histórico y del Cristo total.
Podíamos decir que la custodia del sagrado niño fue una preparación para su misión como patrono de la Iglesia que Él creó. Porque dificultades en el cuidado del hijo no le faltaron: desde el viaje a Belén con una esposa embarazada y en sus últimas semanas, pasando por la falta de alojamiento en Belén y el lugar donde tuvo lugar el parto, la necesaria emigración a Egipto para salvar la vida del niño -y las dificultades de una tierra extraña sin una vivienda donde alojarse y un trabajo que les permitiera subsistir- hasta no pequeños problemas familiares como la pérdida del niño a los doce años en Jerusalén, sin contar el trabajo de cada día para sacar adelante la familia que Dios le había encomendado. José siempre se fiaba de Dios y seguía para adelante. Las dificultades que han ido surgiendo en la Iglesia son sin comparación mucho mayores, pero José ha aceptado su papel de custodio y con la influencia que tiene ante el hijo que crio, ora continuamente por ella y sigue confiando en que el amor de Dios tiene fuerza para solucionar cuantos problemas le surjan, ya sea por la maldad de sus perseguidores, ya por la pasividad de muchos de sus miembros. A nosotros toca encomendarnos a su valimiento; hagámoslo con fe y constancia.
2. La oración de José como patrono de la Iglesia.
La Iglesia ha tenido siempre problemas y gordos; pero los problemas de nuestros días no son ni mucho menores que los de antaño. Comenzamos por una falsa secularización que consiste, no en separar lo religioso de lo profano, sino en prescindir de Dios en toda nuestra vida, como si la sociedad sin Dios pudiera llegar a ninguna parte. Seguimos por una suficiencia del hombre que se niega a aceptar cualquier dependencia de nadie que esté por encima de él, porque él se considera el único autor de su propia moral -volvemos al pecado de Adán: «Seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal» (Gen 3,5)-. Y seguimos con la adoración del dios dinero y con entrega del cuerpo al placer sin ningún límite moral impuesto desde fuera. No son menores problemas la pasividad de muchos cristianos y el poco empuje misionero de nuestros días. José mira todos estos problemas con la seguridad que Dios tiene salida para todos y nos ayuda con su oración y su intercesión. Oremos nosotros con él en este año santo josefino (a los 150 años de su declaración como patrono de la Iglesia).
Conclusión: La oblación de Jesús y la intercesión de José.
Aquel a quien José adoptó y cuidó se hace ahora presente en el altar. Viene cargado con los méritos de su pasión y muerte y los vuelve a ofrecer por nosotros al Padre eterno. Dios los acepta complacido y la oración de José nos acerca sus frutos.
San José es el esposo de la Virgen María y padre adoptivo de Jesús, el Señor. Era un hombre justo y Dios le encomendó el cuidado y educación de su Hijo hecho hombre. Después la Iglesia le ha encomendado el cuidado de la misma Iglesia que es el Cristo total, el cuerpo místico de Cristo. Por eso es el patrono de la Iglesia santa. Conociendo el intenso cuidado que puso en todo lo que se refería al Cristo histórico, podemos deducir el que pone en todas las vicisitudes de la Iglesia. Por lo que conocemos de la infancia de Jesús la sagrada familia que presidia José como su cabeza que era, vemos que tuvieron muchos y graves problemas que José encajó siempre con gran entereza y una confianza sin límites en que Dios los llevaría a buen término. Puso de su parte cuanto estaba en sus manos y confiaba siempre que Dios no abandonaría al que nos había mandado como salvador.
1. La custodia del Cristo histórico y del Cristo total.
Podíamos decir que la custodia del sagrado niño fue una preparación para su misión como patrono de la Iglesia que Él creó. Porque dificultades en el cuidado del hijo no le faltaron: desde el viaje a Belén con una esposa embarazada y en sus últimas semanas, pasando por la falta de alojamiento en Belén y el lugar donde tuvo lugar el parto, la necesaria emigración a Egipto para salvar la vida del niño -y las dificultades de una tierra extraña sin una vivienda donde alojarse y un trabajo que les permitiera subsistir- hasta no pequeños problemas familiares como la pérdida del niño a los doce años en Jerusalén, sin contar el trabajo de cada día para sacar adelante la familia que Dios le había encomendado. José siempre se fiaba de Dios y seguía para adelante. Las dificultades que han ido surgiendo en la Iglesia son sin comparación mucho mayores, pero José ha aceptado su papel de custodio y con la influencia que tiene ante el hijo que crio, ora continuamente por ella y sigue confiando en que el amor de Dios tiene fuerza para solucionar cuantos problemas le surjan, ya sea por la maldad de sus perseguidores, ya por la pasividad de muchos de sus miembros. A nosotros toca encomendarnos a su valimiento; hagámoslo con fe y constancia.
2. La oración de José como patrono de la Iglesia.
La Iglesia ha tenido siempre problemas y gordos; pero los problemas de nuestros días no son ni mucho menores que los de antaño. Comenzamos por una falsa secularización que consiste, no en separar lo religioso de lo profano, sino en prescindir de Dios en toda nuestra vida, como si la sociedad sin Dios pudiera llegar a ninguna parte. Seguimos por una suficiencia del hombre que se niega a aceptar cualquier dependencia de nadie que esté por encima de él, porque él se considera el único autor de su propia moral -volvemos al pecado de Adán: «Seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal» (Gen 3,5)-. Y seguimos con la adoración del dios dinero y con entrega del cuerpo al placer sin ningún límite moral impuesto desde fuera. No son menores problemas la pasividad de muchos cristianos y el poco empuje misionero de nuestros días. José mira todos estos problemas con la seguridad que Dios tiene salida para todos y nos ayuda con su oración y su intercesión. Oremos nosotros con él en este año santo josefino (a los 150 años de su declaración como patrono de la Iglesia).
Conclusión: La oblación de Jesús y la intercesión de José.
Aquel a quien José adoptó y cuidó se hace ahora presente en el altar. Viene cargado con los méritos de su pasión y muerte y los vuelve a ofrecer por nosotros al Padre eterno. Dios los acepta complacido y la oración de José nos acerca sus frutos.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
PARA VER HOMILIAS ANTERIORES DE ANTONIO TROYA MAGALLANES, PULSAR »AQUÍ«
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