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martes, 19 de mayo de 2009

Un mundo sin trabajo.

Fuentes: ECUPRES - Blog "Desde mí misma"
Autora: Susana Merino. Buenos Aires.

Hace ya más de cuarenta años que André Gorz, el filósofo austro-francés especialista en la problemática del trabajo, manifestaba: “El trabajo tenderá a ser un bien cada vez más escaso en el futuro” y no parece descaminado advertir que su afirmación está convirtiéndose ya en una profecía autocumplida.


Son muchos los síntomas que vienen anunciándonos el derrumbe de nuestro conocido sistema de interdependencia capital-laboral bajo el impulso combinado del avance tecnológico y de la financierización económica.


Un mundo sin trabajo, algo que siempre desveló al capitalismo: obtener lucro sin necesidad de tener que lidiar con la incomodidad de pagar salarios y de tener que soportar quejas y reclamos sindicales. Un mundo que ha encontrado un formidable aliado en la tecnología, pero que amenaza a la humanidad a nivel mundial y que nos obligará a replantearnos política y socialmente nuevas formas de convivencia y de supervivencia.


Nadie puede permanecer indiferente a estos nuevos desafíos ni llamarse a engaño con las falsas promesas que desde el poder aseguran que la crisis del desempleo logrará revertirse en más o menos tiempo. No sin razón hace ya algo más de una década viene planteándose la necesidad de establecer un salario básico universal cuyo más lejano antecedente data de fines del siglo XVIII y reconoce en Tomas Paine su primer ideólogo, a partir de lo que él mismo llamara Justicia Agraria
[1].


Con cuanta mayor razón deberá compensarse en el futuro a quienes por no haber podido acceder a la educación, a la calificación técnica necesaria o al desarrollo de sus propias capacidades pudieran quedar al margen del circuito productivo, teniendo en cuenta que todo este proceso de reducción de las oportunidades laborales no se produce en sociedades económicamente justas sino que se verá agravado por las enormes carencias y desigualdades educacionales existentes y crecientes e incidirá radicalmente en la situación de las poblaciones actualmente marginadas.


Cabe señalar que en ese mundo futuro, pero no demasiado lejano, el circuito productivo no estará referido solamente a lo elaborado fabril o industrialmente, base casi excluyente hoy de nuestra economía, sino que se incrementará como casi insensiblemente ya lo está haciendo la producción artística, plástica, musical, literaria, teatral, etc. por lo que el estímulo y el desarrollo de la creatividad serán fundamentales.


El otro ámbito, un territorio que actualmente se superpone o compite en gran parte tratando de imponerse, en ciertos sectores de la sociedad, al del trabajo y en el que seguramente se desarrollarán nuevas opciones, es el del ocio o del también llamado “tiempo libre” sobre el que ya existen, análisis, estudios y predicciones no necesariamente considerados como un derecho del conjunto de la sociedad sino como nuevas esferas de lucro y de beneficios excluyentes como no podría ser de otro modo mientras se mantenga la actual orientación socioeconómica del planeta.


Hace algunos meses se reunió en Francia, organizada por el Ministerio Francés del Empleo y la Solidaridad y el Instituto Internacional de Estudios Laborales de la OIT, una conferencia de expertos de alto nivel procedentes de diversos países. Su propósito era analizar los cambios observados en los campos de competencia de los asistentes, predecir las futuras tendencias. elaborar propuestas encaminadas a orientar los aspectos sociales y económicos y formular políticas destinadas a abordar los retos de la globalización y de la transformación tecnológica.


Entre sus considerandos estimaban que “puesto que la globalización y la transformación tecnológica parecen irreversibles, las instituciones y las políticas pueden modificarse con el fin de promover la prosperidad económica, la flexibilidad y la seguridad en los ajustes de la economía, así como un grado de igualdad que garantice la cohesión social”.


Nada nuevo bajo el sol, es decir la misma y única preocupación de siempre por asegurar la prosperidad de la “economía”, en modo alguno el destino de la gente ni la solución de los problemas que el sistema de libre mercado + la tecnología + la financierización han provocado, ya que la mención de la palabra igualdad se halla sin duda dirigida a garantizar el status quo social en beneficio exclusivo del propio empresariado.


Ulrico Beck, periodista de El País, de España, expresaba en referencia a la imposibilidad de asegurar el pleno empleo “se puede decir que estamos contemplando el final de la sociedad de pleno empleo en el sentido clásico y que fuera inscripto como principio básico de la política tras la segunda guerra mundial en las constituciones de las sociedades europeas y de la OCDE” y agregaba “El principio hasta ahora válido de que la ocupación se basaba en una seguridad relativa y en una previsibilidad a largo plazo pertenece al pasado”


Nadie sabe muy bien cuales son los saberes que hay que cultivar o desarrollar para poder soñar con entrar en el menguante circuito laboral mientras el estado da manotones de ahogado tratando de mantener a flote algunos sectores en vías de desaparición mediante subvenciones y ayudas que solo contribuyen a mantener artificialmente un sistema decadente que lleva su propia autodestrucción en las entrañas.


Europa lo sabe desde que en los países de la OCDE los salarios son una parte cada vez menor de la renta nacional y es dable imaginar que ninguna concepción política que no contemple al ser humano como eje de sus objetivos no debería poder prosperar en el futuro.


Pero por el momento, como anticipaba Gorz
[2], las grandes empresas preferirán concentrar el trabajo en unos pocos convirtiéndolos, en una pequeña élite, en lugar de repartirlo entre una mayor cantidad de empleados no porque estos tengan aptitudes superiores a las de los demás sino porque es económicamente más ventajoso y genera en los asalariados una sensación de privilegio y de pertenencia que elimina el antagonismo capital-trabajo, trasladándolo “hacia los trabajadores periféricos, desplazados y sin empleo” y agrega “cuanto menos trabajo hay para todos más tiende a aumentar la dureza del trabajo para cada uno” y más bajo es el nivel de remuneraciones incitando a los activos a trabajar más horas para aumentar sus ingresos.


Y habrá que sumarle la generalizada tendencia a “externalizar” la mayor cantidad de trabajos posibles a través de contratos transitorios, con prestatarios de servic¡os independientes a quienes no cubren los derechos laborales, ni sociales y que estarán expuestos a los avatares coyunturales y comerciales del momento, modalidades ya existentes: el “outsourcing” y el “crowdsourcing” para los que, por el momento, no han sido acuñados, en castellano, vocablos equivalentes.


De este modo el tradicional trabajo asalariado deja de funcionar con continuidad laboral transformándose en un “postsalariado” en el que, por lo tanto, la continuidad vital se hallará también comprometida.


Finalmente la visión de Gorz, que hago mía, no es catastrófica sino casi optimista en la medida en que como él mismo plantea seamos capaces de admitir que cada uno de nosotros “es un desempleado en potencia, un subempleado en potencia, precario, temporario” y que al instalarse como conciencia común se transforme de condición impuesta en “un modo de vida elegido, deseable (…) fuerza de nuevas culturas, libertades y socialidades para que pueda convertirse en el derecho para todos de elegir discontinuidades de su trabajo sin sufrir discontinuidad en el ingreso”


Se trata en suma de introducir cambios enraizados en la idea de que el trabajo remunerado no puede seguir condicionando nuestra vida, de que es necesario desterrar la tradicional convicción de que debe ocupar el lugar central de nuestro pensamiento, como nos lo ha venido inculcando la cultura del sometimiento, para dar a lugar a una nueva manera de pensar, a un imaginario que como dice Vivian Forrester (
[3]) restituya a “nuestras vidas su verdadero sentido: sencillamente el de la vida, la dignidad, los derechos. Ya es tiempo de sustraerlos de los caprichos de quienes los engañan” y dar lugar a una concepción que en el futuro tenga al ser humano como exclusivo destinatario de las actividades socioeconómicas, culturales y políticas del planeta.


Resulta poco menos que indudable que la humanidad no puede seguir subordinada al arbitrio del lucro, de la ambición, de los mezquinos y excluyentes intereses, que la están arrastrando a un destino fatalmente suicida.+ (PE)


[1] Paine propone crear (con las eventuales retenciones) un fondo nacional que permita entregar a cada persona al cumplir los 21 años, 15 libras esterlinas como compensación parcial por la pérdida de su herencia natural y la suma de 10 libras anuales de por vida a todos los mayores de 50 años debido a que el valor añadido por el cultivo, cuando se pasó del ciclo pastoril-recolector al agrícola, se convirtió en propiedad de quienes lo produjeron, lo compraron o lo heredaron. Multiplicando su valor y desheredando a todos los que fueron excluidos de la propiedad de la tierra


[2] Gorz, André: Miserias del presente, riqueza de lo posible”, Paidós, Buenos Aires

[3] Forrester, Viviane: El horror económico, Fondo de Cultura económica, 2006