Los Reyes Magos siguen vivos.
Cuando éramos niños, creíamos en la magia de los Reyes, y ahora, por muchos años que hayamos cumplido, tenemos razones poderosas para pensar que, en contra de esos hechos crueles que nos cuentan los medios de comunicación, estamos rodeados de “personajes” excepcionales que son generosos, imaginativos y “mágicos”, que aciertan haciéndonos regalos, esos gestos, palabras y objetos valiosos y amables, propios de los reyes con los que convivimos diariamente, esos seres que interpretan, incluso mejor que nosotros mismos, lo que sentimos y que sufrimos, lo que tememos y deseamos, lo que amamos y aborrecemos.
Los Reyes Magos, además de ser una expresión cultural hondamente arraigada, transmiten unos mensajes claros sobre los valores de la vida humana, sobre el gozo, la alegría, la delicadeza, la generosidad, la solidaridad, la gratitud y el amor. Estos Reyes son mujeres y hombres de verdad que están aquí a nuestro lado. En contra de lo que muchos adultos pensamos, esas verdades en las que creíamos cuando éramos niños son más ciertas que las que después hemos descubierto con nuestras experiencias. Teníamos razón cuando pensábamos que algunas personas estaban dotadas de poderes reales –naturales y sobrenaturales- para trascender las dimensiones de los objetos y para convertir en tesoros “mágicos” todo lo que tocan, para crear una vida más luminosa, para cultivar la amistad, para celebrar fiestas, para convertir el tiempo fugaz en eternidad. Ocurre cada vez que, por ejemplo, con sus gestos sencillos y con sus palabras amables, nos explican que el amor, la generosidad y la delicadeza son las metas y los caminos, las lecciones y los aprendizajes, los problemas y las soluciones de la vida humana. Gracias, queridas reinas y queridos reyes magos.
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