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UNA MIRADA CRISTIANA DEL TRABAJO HUMANO Y EL BIEN COMÚN
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LA VIDA DEL MUNDO OBRERO Y DE LOS POBRES,
CON MISERICORDIA Y COMPASIÓN.


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lunes, 23 de diciembre de 2019

UNA LECTURA NECESARIA, por José Manuel Carrascosa Freire


San Francisco de Asís y Santa Clara

Una lectura necesaria,
por José Manuel Carrascosa Freire

En este día ya cercano a la Navidad, y la vorágine comercial que la rodea, he estado leyendo unos fragmentos de Eloi Lecrerc, de su libro "Sabiduría de un pobre".  Trata del santo de Asís.  En él leo una conversación entre Francisco de Asís, que estaba pasando por una crisis de fe importante, como consecuencia de diferencias entre los hermanos menores de su comunidad por causa del modo de vida de la comunidad.  Esta conversación era con Santa Clara:

«Dios no participa de nuestros miedos ni de nuestro orgullo, ni de nuestra impaciencia.  Sabe esperar, como Dios sólo sabe esperar.  Como sólo un Padre infinitamente bueno sabe esperar.  Es longánimo, misericordioso.  Espera siempre.  Hasta el fin.  ...

Pero Dios, que no mira las apariencias, sabe que con el tiempo de su misericordia puede cambiar el corazón de los hombres.

Hay un tiempo para todos los seres.  Pero ese tiempo no es el mismo para todos.  El tiempo de las cosas no es el de los animales.  Y el de los animales no es el de los hombres.  Y, sobre todo y diferente a todo, está el tiempo de Dios que encierra todos los otros y los sobrepasa.

El corazón de Dios no late al mismo ritmo que el nuestro.  Tiene su movimiento propio.  El de su eterna misericordia, que se extiende de edad en edad y no envejece nunca.  Nos es muy difícil entrar en este tiempo divino.  Y, sin embargo, solamente en él podemos encontrar la paz.

—Tienes razón hermana Clara.  Mi turbación e impaciencia brotan de un fondo demasiado humano.  Lo veo bien, pero no he descubierto a Dios todavía.  Yo no vivo todavía el tiempo de Dios.

—¿Quién se atrevería a pretender que vive en el tiempo de Dios? —preguntó Clara—.  Sería preciso para eso tener el corazón mismo de Dios.

—Aprender a vivir en el tiempo de Dios —volvió a decir Francisco—; ahí está seguramente el secreto de la Sabiduría.

—Y la fuente de una paz grandísima –añadió Clara».

San Francisco de Asís y Santa Clara


Tomado del libro: «Sabiduría de un pobre»,
Escrito por: Éloi Lecrerc (Pags. 50 y 51)


¡¡Feliz Navidad!!.  ¡¡Paz y bien!!


José Manuel Carrascosa Freire



LA CONTEMPLACIÓN EN LA CALLE

En las prisas detectamos una de nuestras mayores faltas de fe.  Quizá hemos de tener en cuenta la paciencia que Dios ha tenido y tiene con cada uno de nosotros en nuestra propia vida.

Las prisas nacen del choque entre nuestro ideal y la realidad.  Se tiene una visión muy clara de lo que hay que hacer, y la realidad es mucho más pobre.

No llegamos a tanto.  Este choque puede determinar la frustración o una mayor capacidad de fe.

En efecto, si queremos ir más rápido que Dios, podemos “quemarnos” y “quemar” a otros para siempre.  Es la actitud del que, con buena voluntad, en el fondo trabaja por uno mismo y para sus estructuras y no para los demás.

En cambio, el contemplativo hace de la propia incapacidad, de sus prisas e impaciencia, materia de oración, de diálogo abierto y sincero con Dios.

Y ahí se encuentra con la infinita espera de Dios, con su paciencia de Padre al que le preocupan sus hijos, y no las cosas.

Ello nos devuelve a esa paz interior que no es “calma chicha”, sino serenidad y esperanza en el trabajo de cada día.



Foto: DIARIO SUR


El cansancio y la rutina.

La calle nos muestra cada día el mismo rostro: prisas, individualismo, insolidaridad, sufrimiento,… tantas situaciones que reclaman nuestra respuesta y nuestra presencia cristiana.

Pero, con el tiempo podemos correr el grave peligro de “acostumbrarnos” a estas realidades, de verlas como “normales”, sin hacer ningún tipo de referencia al Evangelio, sin contemplarlas.

Cae en la rutina quien hace de su fe asunto de horario que se cumple en un tiempo determinado, quien vive del recuerdo de aquella experiencia de trabajo que tuvo en un momento dado, quien hace de su fe una máquina de repetición: las mismas oraciones, las mismas acciones, el mismo trabajo, el mismo tipo de relación con los demás sin encontrar ya ninguna novedad.

La contemplación nos ayuda a vivir la NOVEDAD de cada día, que no consiste en ningún gran descubrimiento (ya está casi todo descubierto), sino en la fidelidad cotidiana a lo de cada día: al trabajo, a la oración, a la relación con los demás… hecho con amor y esperanza.

Esto nos ayuda a vivir cada día “a tope”, sacándole todo el jugo posible.  Esto significa también tener la capacidad de ver el lado bueno y positivo de las cosas, de verlas objetivamente, siendo capaces de sacar partido de todo.

Esta capacidad, este optimismo que viene de la esperanza, que comunica la alegría y que se alimenta de la contemplación es fundamental hoy, pues constituye un auténtico testimonio cristiano, del que todos estamos necesitados.


Foto: EL DIARIO INTERNACIONAL


El espiritualismo.

Normalmente, nos encontramos en la calle con situaciones no queridas, a veces desagradables, y a las que, respondemos con la evasión y el refugio que nos proporciona una oración descomprometida con la realidad.

En efecto, a veces por miedo, por cansancio, o porque, sencillamente, no hemos descubierto la calle y la gente con sus problemas cotidianos como un lugar de contemplación y de respuesta evangélica, utilizamos la oración para pedir a Dios que haga lo que nosotros no estamos dispuestos a realizar.  Así

· Pedimos a Dios por los pobres, en lugar de descubrirlos con nuestros propios ojos y enfrentarnos a sus problemas.

·  Pedimos a Dios por los que sufren cuando huimos sistemáticamente de todo el que padece en la calle, del que está tirado, del borracho y drogadicto; o lo menospreciamos, o pensamos que están fingiendo.

·  Pedimos a Dios que “cambien las cosas”, en vez de cambiar nosotros y descubrir qué “otras cosas” han de cambiar, aquí y cómo.

Utilizamos la oración como refugio y pedimos a Dios nos supla en nuestra propia responsabilidad.






LA ORACIÓN DE CONTEMPLACIÓN.

El hombre que vive radicalmente el Evangelio no es necesariamente aquel que más destaca, que más hace o que mejor habla; es el más contemplativo, es el que va haciendo, día a día, de Jesús y su Reino el absoluto y el motor de su vida, desde el cual integra y reordena todas las demás dimensiones de su vivir y su hacer: su afecto, su capacidad de trabajo, de donación, su salud, su dinero…

Pero, además de este talante contemplativo, hemos de ejercitarnos en la oración de contemplación, la cual no es ciertamente, fruto de ningún método, pero tiene relación con el proceso normal de la experiencia orante.





Tomado del libro:
«Iniciación de los Jóvenes a la Oración»,
Escrito por: José Ramón Urbieta (Pags. 92 a 95)