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domingo, 24 de febrero de 2019

PERO TAMBIÉN EN CÁDIZ NACIERON Y EJERCIERON BUENOS OBISPOS, por José Antonio Hernández Guerrero




Pero también en Cádiz nacieron y ejercieron buenos obispos.



Sin desmerecer en absoluto la importancia de los obispos que, nacidos y formados en otras zonas geográficas alejadas de estas tierras que -como, por ejemplo, Tomás Gutiérrez, Antonio Añoveros, Antonio Dorado o Antonio Ceballos- han desarrollado en nuestra Diócesis una importante acción pastoral, hemos de recordar también que en esta ciudad han nacido, han estudiado y han servido a los creyentes y a los no creyentes, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de acuerdo con los principios fundamentales del Evangelio. En el libro titulado Semblanzas Diocesanas aparece una relación, sin duda alguna incompleta. Sólo a manera de ejemplos, podríamos mencionar brevemente tres obispos nacidos en Cádiz.


Juan José Arbolí (1795 – 1863) quien, tras estudiar en nuestro Seminario de San Bartolomé, fue Canónigo Doctoral de la Catedral, Catedrático de Gramática y de Filosofía del Seminario y del Colegio de San Felipe Neri. Escribió importantes obras como, por ejemplo, un tratado de Gramática General, de Filosofía y una Exposición a su Majestad la Reina sobre circulares del Gobierno referentes a la censura eclesiástica y a la predicación. Según Menéndez Pelayo, su “Compendio de lecciones de filosofía” fundamentado sobre el sentimiento es uno de los más profundos y lúcidos escritos durante este siglo XIX. Fue consagrado Obispo de Guadix (Granada) en nuestra Catedral el 5 de septiembre de 1852, y, promovido a la Sede gaditana, tomó posesión del Obispado el 4 de abril de 1854. Fue también Senador del Reino, perteneció al Real Consejo y fue predicador de S.M. El Rey. Como orador elocuente, se le llamó “Príncipe de la oratoria sagrada española”. Don José Helguera, biógrafo de su tiempo, describió al Obispo Arbolí con estos rasgos: "... era un hombre superior, grande sin grandeza prestada, grande por sí mismo, grande sin deberlo a la fortuna, grande por deberlo sólo a su talento. Ningún otro nació con dotes más adecuadas que Arbolí para brillar y ser útil en su sagrado ministerio a la sociedad en que vivía".


Su sucesor, Félix María Arriete y Llano (1811 - 1879) fue un obispo pobre y de los pobres, modelo de humildad y de caridad. Ejerció como sacerdote en el Oratorio de la Santa Cueva y también en la iglesia de Santiago, renunció en varias ocasiones al Episcopado esgrimiendo varias razones como, por ejemplo, su condición de gaditano, su pertenencia a una familia pobre e, incluso, su imposibilidad económica para comprar los hábitos episcopales. Su pontificado se caracterizó por las continuas visitas a los pueblos de la Diócesis. José María León y Domínguez, profesor del Seminario de Cádiz, explicó con detalle la actividad episcopal desarrollada en toda la Diócesis: “todo su pontificado fue una continua Visita, o mejor dicho, una permanente Misión en Cádiz y los pueblos de la Diócesis”, en todos ellos predicaba hasta la extenuación, celebraba misas y confesaba hasta largas horas de la noche. Pero, quizás, lo más sorprendente de su trabajo pastoral fue la entrega permanente a los pobres, a los enfermos y a los ancianos, a los que, además de compañía y conversación en sus propios hogares, les repartía el escaso dinero de la asignación que él recibía y les llevaba alimentos que compartía con el resto de los familiares.


José María de Urquinaona (1814 – 1883) se formó en el seminario de Cádiz y fue ordenado sacerdote, a los 23 años, por el obispo Domingo de Silos Moreno. Fue Canónigo arcipreste de la Catedral de Cádiz, Obispo de la Diócesis de Canarias en 1868, y, en 1878, obispo de Barcelona, hasta su muerte. Construyó el nuevo seminario de Barcelona (1879), que dotó del Museo de Geología y la Academia Filosófico-científica de Santo Tomás de Aquino. Se le concedió, por Decreto de 10 de febrero de 1879, la Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica. Por las fiestas del Milenio de Montserrat (1880) consiguió de León XIII la proclamación del patronazgo de la Virgen de Montserrat para Cataluña y la Coronación de la Virgen. Desempeñó diversos cargos eclesiásticos y asistió al Concilio Vaticano I como secretario de los obispos españoles. Elegido senador en representación de la provincia eclesiástica de Tarragona (1879), defendió en Madrid los intereses proteccionistas de la industria catalana (1882). A su muerte fue sepultado en la Basílica de la Merced, y el municipio dio su nombre a una de las plazas más céntricas de Barcelona.



José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo. Actualmente, nos envía también una reseña semanal sobre libros de pensamiento cristiano, evangelización, catequesis y teología. Con la intención, de informar, de manera clara y sencilla, de temas y de pensamientos actuales, que gustosamente publicamos en nuestro “blog”.