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viernes, 2 de julio de 2021

SAMARITANOS EN UN BAR, por Pepe Carrascosa


Pepe Carrascosa, militante de la HOAC
de la Diócesis de Cádiz y Ceuta 

SAMARITANOS EN UN BAR 


Existen en nuestra Iglesia gentes sencillas que son rayos de luz de Cristo en este mundo tormentoso, que antes no miraba como lo hago ahora.  No siempre estoy de acuerdo con el actuar de las parroquias, pero un gesto sencillo me ha hecho reflexionar.


 Pepe Carrascosa
Militante de la HOAC
@HOAC_es

 

Un buen día, llegó una mujer con evidentes signos de embriaguez al bar de mi barrio, en el que estaban también cuatro personas de la comunidad parroquial de La Asunción de Nuestra Señora del Cerro del Moro de Cádiz, tras haber celebrado la Eucaristía.

 

La voluntaria de Cáritas, al verla, la saludó, y la invitó a sentarse junto al vicario parroquial y un matrimonio, con los que estaba.  Quizás por su estado, no quiso acompañarles, se dirigió hacia el fondo de la barra, tropezando con el escalón de entrada, sin llegar a caerse.

 

La dueña del establecimiento y un cliente, molestos, me comentaron que el día anterior también había estado allí en las mismas condiciones.  No pasó mucho tiempo cuando se cayó al suelo el vaso de la mujer, haciendo que el enfado de la propietaria fuera en aumento.

 

Antes de que fuera a más, la responsable de Cáritas se dirigió a la mujer y con mucha amabilidad y dulzura la convenció para que, por fin, se uniera a ellos.  Los murmullos arrecieron.  Como tengo bastante confianza con la dueña y parte de la clientela, les pedí que no se preocuparan, porque la gente de la parroquia atendería a la mujer y no habría más problemas.

 

Efectivamente, la mujer, ya sentada como una más, estaba siendo escuchada, consolada.  En un mar de lágrimas, se desahogó de todo lo que la vida la estaba golpeando.  Pasó bastante tiempo.

 

El vicario parroquial ya se había ido.  La mujer de Cáritas fue a la barra a abonar lo que habían consumido.  Al pasar junto a mí, le pregunté si la mujer estaba siendo atendida en el centro de salud.  Me respondió que sí iba, pero que tenía graves problemas personales y sociales, que intentaba aplacar con el alcohol.  No pude más que compartir mi admiración y agradecer su gesto de misericordia con la mujer enferma, a la que iban a acompañar a su casa.

 

Todo aquello me hizo pensar en tantos hermanos nuestros que están ahí ayudando a los demás día a día y en que hasta en los bares es posible evangelizar con gestos sencillos.  Las personas que allí se encontraban vieron una Iglesia no encerrada en sí misma, que atiende al pobre, al desvalido, al enfermo.  Es admirable esta dedicación, como doloroso es caer en la cuenta de la existencia silenciada de personas enfermas y excluidas.

 

Como me dijo un amigo, muchas veces sucede que aspiramos a un compromiso, a una manera de actuar a la medida de «la entrada triunfal en Jerusalén», en vez de practicar la sencillez del «buen samaritano».


42 julio 2021

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